Pescando ilusiones

-“¡Anda!, ¡cuántos peces!”-, aún me parece oír las voces de aquellos tres niños impresionados ante tanta trucha en tan poco espacio. Estábamos en Castrillo, en Castrillo del Porma, disfrutando de una mañana en familia.

Ese pequeño pueblo sorprende con una piscifactoría, sí, una piscifactoría, una piscina repleta de truchas que nos esperaba sin que nosotros lo supiéramos, y al llegar allí, abríamos los ojos como platos y, entusiasmados, nos apurábamos por ser el primero en coger una caña y lanzarla al agua a ver si picaba alguna trucha, y cuando eso ocurría, nos sorprendía la fuerza del animal, y no podíamos sacarla del agua, y gritábamos nerviosos por miedo a que se nos escapara, y allí estaban los mayores para ayudarnos… me parece estar viendo la cara de mi abuelo, amante de la pesca, mirando a sus nietos, distraídos, observando el agua llena de peces con aquel entusiasmo infantil y la carita llena de ilusión.

Los brillantes rayos del sol se reflejaban en el agua cristalina y los lomos irisados de las truchas serpenteaban en el interior de la laguna artificial, creando un juego de luces que deslumbraba y no nos dejaba ver el fondo, como si en lugar de agua, hubiera un espejo.

Como vara, una caña; en la punta, un sedal; al final, un anzuelo y como cebo, maíz.

Han pasado ya muchos años, pero volver al lugar sigue siendo una alegría. Llegas allí y justo delante, hay un descampado plagado de verde que hace las veces de aparcamiento, cubierto de hierba y rodeado por sauces llorones que mecen sus ramas al compás de la suave brisa que acompaña la ribera; y los rayos del sol, atraviesan, escurridizos, las delgadas hojas que penden de sus ramas y se respira tranquilidad en un lugar que solía estar lleno de gente, y ahora, no hay tanta, y… ¿sabes qué? Creo que fue eso lo que más me gustó, el poder disfrutar de un buen rato en familia, el poder escuchar las voces de la naturaleza rodeándome, y caminar hacia el recinto sin el atropello y el bullicio de la gente, pudiendo mantener una conversación tranquila con mis acompañantes, sin tener que hacer colas para entrar o salir del recinto, coger las cañas, pescar y llevarnos las capturas.

A la salida del lugar, junto a la entrada, a mano derecha, discurre, medio apresurado, el Porma, y en su camino, encuentra un viejo molino, muy cerquita del puente que cruza el río, y si lo miras fijamente, parece que el rumor del agua te cuente historias antiguas y no tan antiguas.

Sonriendo, felices, subimos al coche con nuestras capturas, atravesamos el pueblo en dirección contraria y dejamos atrás el sobrio monumento de su iglesia hasta una próxima visita.

Volvíamos a casa.

Castrillo, tranquilo, accesible, envuelto en naturaleza, te espera, ¡qué tengas suerte con la pesca!

3 respuestas so far »

  1. 1

    Jose Xabier said,

    A la salida también había, al menos antes, un restaurante en el que te cocinaban la pesca realizada y aunque a mí no me gustaba comer trucha, me veía obligado a hacerlo por respeto a los peces que murieron para hacernos pasar un buen rato; es una pena, porque creo que hoy en día ya está cerrado ese lugar, no sé si alguien que lo sepa puede confirmármelo o sacarme del error.

  2. 2

    patrichueck said,

    Sí está abierto, yo misma fui este verano.

  3. 3

    Carlos said,

    Truchas: a la leonesa, al horno, a la italiana, escabechadas…


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