Casa Botines de León
Allá por el siglo III se fragua una historia que mezcla la leyenda con la realidad.
Hubo un hombre, militar romano, que a las órdenes del emperador, se negó a cumplir un edicto que le obligaba a perseguir y dar muerte a los cristianos, y por ello, fue martirizado y dado muerte. Aquel hombre era San Jorge.
Cuenta la tradición convertida en leyenda, que allá por el siglo IX, en la Conca de Barberà, vivía un dragón que atemorizaba a la población constantemente, y para apaciguar su terrible sed de sangre, los habitantes del lugar, decidieron darle dos ovejas a diario, pero las ovejas se acabaron, y entonces le dieron vacas, bueyes y otros animales… sin embargo, el resto de animales también se acabó, ¿qué quedaba entonces?
Reunido el pueblo con el rey, decidieron entregar al dragón una persona al día sorteada al azar, pero uno de tantos días, le tocó a la hija del rey.
Por más que el monarca rogó al pueblo el perdón de la vida de la princesa, después de ocho días, finalmente la muchacha fue entregada en sacrificio frente a la entrada de la cueva donde moraba la bestia, mas cuando iba a ser devorada, apareció, al galope, al rescate de la dama, un caballero armado a lomos de su blanco corcel.
Con su lanza dio muerte al monstruo, y de la sangre de aquel dragón brotó un rosal adornado con bellas rosas rojas, una de las cuales entregó el caballero a la dama en señal de amor.
¿Te suena la historia? San Jorge, Sant Jordi, es uno de los santos más celebrados en Cataluña, y Gaudí lo tenía muy presente, así que lo llevó consigo en sus andanzas por el mundo e hizo la leyenda realidad en la piedra de un palacio: la Casa Botines.
Allí, fantasioso, sacado de la imaginación, convertido en la realidad de la piedra tallada y labrada, en la forma de un edificio, está el palacio en el que pudieron vivir el rey y la princesa de aquella historia medieval.
Sentado en un banco frente a la Casa Fernández-Andrés, está Gaudí, contemplando la casa que Joan Homs i Botinàs (del que toma su nombre el edificio), un empresario catalán del textil asentado en León, encargó como sede para su negocio.
Sentado frente a una proyección de su mente, con su sombrero y su escasa barba, está Gaudí, observando, sobre la entrada de la casa, la imagen del caballero medieval matando al cruel dragón.
Pasan los años y las décadas, nos adentramos en las profundidades de un siglo más, y el Palacio Botines se mantiene bello como el primer día, recordando, que a pesar del ajetreado ir y venir del día a día, a pesar del peso de la vida laboral que te imbuye con su pragmatismo y su racionalidad, siempre hay un espacio para imaginar, para soñar un poco, y volver, por un instante a ser niño una vez más, un día más, recuperando una vitalidad que los años no han de poder quitar.