Nadie es perfecto, cierto es, pero hay personas que, con sus defectos, llegan a ser tan amadas, tan queridas, tan entrañables, que si no son perfectas, tampoco importa demasiado.
Viene a ser algo así como la maravilla de las flores, cada una con su particular color y tonalidad, con su propio aroma, con pétalos de diferentes tamaños y formas, y cuando aparecen en cualquier sitio, incluso después de las asperezas angustiosas del invierno, llenan de amabilidad los paisajes por los que discurren las vidas de quienes poblamos este planeta.
Se me ocurren lugares como Valverde o Ambasaguas, con la imponente esencia de la montaña marcando su orografía, en un sitio más agreste, en otro más calmada, pero con la misma esencia impregnando las estaciones y sus designios.
Las flores y las personas, son tan diferentes, y sin embargo, algunos seres privilegiados asemejan su nombre y su vida al de las pequeñas damas coloreadas de bondad y armonía.
En cualquier lugar del Bierzo, hay flores. Escondidas entre los campos de cereales, allá en Tierra de Campos, las amapolas salpican de carmesí las llanuras verdes y doradas, en primavera, en verano,…
Y en paisajes como el de aquella Luz que permanece silenciosa y sencilla, reside la magia de aquella Flor que el invierno nunca marchitará, porque mientras haya una palabra de aliento y un abrazo cuando se necesita, habrá vida, habrá alegría, habrá esperanza.