Adiós

Mi mágico León: atardecer de verano en Cifuentes de Rueda. León. Turismo rural.
Adiós

-«Adiós, pajarillo. Adiós.»- Musitó la ardillita. -«¡Qué corto fue tu cantar y qué largo tu silencio!»-

Un día, paseando con una amiga en la distancia, una ardillita escuchó el bisbiseo desconocido de un pajarillo conocido. -«¡Anda! ¿Cómo tú por aquí, abubilla?»-

-«Salgo por estos lares muy a menudo»- contestó la abubilla.

-«¡Ah, sí! Yo también, pero yo camino, salto, y contemplo paisajes espectaculares, aunque no vuelo.»-

-«¿Me enseñas a caminar?»- preguntó la abubilla con mucho interés.

– «¿Quieres? Si quieres yo te enseño.»-

-«Me gustaría, pero tengo dos patitas, no sé si sabré.»-

-«¡Por supuesto que sabrás!»-

Y fue así, de la manera más casual, como la ardillita y la abubilla empezaron a ser amigas. Se habían visto antes, ya se conocían, pero no se conocían.

Tarde tras tarde, como si de una historia de dragones y mazmorras se tratase, la magia fue abriéndose camino, y la abubilla empezó a convertirse en ardillita: sus alas empezaron a tomar otra forma.

-«¿Qué dice tu familia de que salgas a pasear conmigo? ¿No se enfadan?»- preguntaba la ardillita con cierta inquietud, pues la abubilla se estaba transformando, y era visible a todas luces.

-«No, no se enfadan. Algún bromista me toma el pelo, otra sabe que eres importante para mí y poco más.»-

-«Me alegro»- decía la ardillita feliz al ver al pajarillo escalar cada vez más alto, y descubrir paisajes maravillosos sin perder el contacto con la tierra, a través del árbol, y de las ramas, claro está, con la mirada puesta en el horizonte y el aire revoloteando entre las hojas, con la libertad de saltar de rama en rama, de árbol en árbol, de sueño en sueño.

-«No dejes de volar»- decía la ardillita, -«no pierdas tu esencia, vuela con el aire limpio, aléjate de la contaminación y la negritud.»-

Y la abubilla era feliz, y la ardillita también.

Entre el cariño de las cosas bonitas, se descubrían y querían. A plena luz del día, seguían compartiendo historias, construyendo una amistad divertida y bonita, muy bonita.

Ocurrió que una noche, como si de una historia de miedo se tratara, la abubilla no pudo volver al nido.

-«¿No puedes entrar?»- preguntó la ardillita compungida.

-«No me dejan. Han trancado desde dentro y mi llave no funciona.»- Se lamentaba la abubilla con la voz quebrada en angustia y tristeza; y enfado, también enfado.

Un carámbano de hielo, en pleno verano, atravesó el corazón de la ardillita. -«¿Cómo pueden dejarla fuera del nido? Las abubillas se cuidan entre sí.»- Pensó.

La ardillita no pudo ver sufrir a la abubilla y le hizo un hueco en su madriguera. -«No es un nido, es una madriguera, no sé si estarás cómoda, pero aquí estarás segura. No te pasará nada.»-

Con la luz de la mañana, la oscuridad de la noche se esfumó, pero dejó un paisaje diferente. El sol no brillaba igual. ¿Qué estaba pasando?

A lo lejos se escuchó cantar al cuco. -«¿Cucú?»- pensó la ardillita. -«Así no cantan las abubillas».

La abubilla marchó. Sin previo aviso. Con un -«te quiero»- sonando en su cantar.

Y la ardillita confió.

Desde aquel día se escuchó graznar y grajear, ulular, chillar y trisar, pero el cantar de la abubilla había desaparecido.

Miedo, sentía miedo. La ardillita no entendía. -«¿Le habrá pasado algo?»- Pensaba con desazón.

A lo lejos, muy lejos, notó que la estaban vigilando, desde el mismo árbol donde habitaba la abubilla, pero, ¿era ella?

Al fin, se armó de valor, y con mucha cautela y mimo, se atrevió a llamar a su amiga. No hubo respuesta.

Pasaron los días y desde el nido de la abubilla llegaron noticias: -«Cucú»-.

La abubilla vivía con cucos.

Ahora todo tenía sentido: jamás permitirían que el pajarillo descubriera que no era de su misma estirpe.

Mucha tristeza recorrió las entrañas de la ardillita. Lloró mucho por su amiga, con la pena de saberla cautiva entre mentiras y engaños, con la certeza de saber que, difícilmente, escaparía de aquel nido lleno de falacias y trampas.

Y después de la tristeza, llegó la calma, y poco a poco volvió a sonreír.

Sabiendo, recordando, que, en algún momento del tiempo, la abubilla aprendió a caminar, y contempló paisajes que nunca había observado.

Sabiendo, recordando, que los pardales, las golondrinas, los vencejos, y hasta las cigüeñas, los gavilanes y las gallinas saben cómo son las ardillitas.

Sabiendo, recordando, que después de la noche, por larga que sea, llega el amanecer, y la claridad vuelve a iluminar el mundo.

Sabiendo y recordando, que no hace falta que el resto del mundo lo entienda, porque en Mi mágico León, las ardillas y las abubillas pueden quererse y respetarse, aunque los cucos no lo entiendan.

1 Response so far »

  1. 1

    Patrichueck said,

    Con todo mi cariño a todas las ardillitas que van más allá de los cucos.


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