Hay lugares que enamoran porque pasan desapercibidos, porque en su sencillez, son tantas las piedras y sus formas, que se tornan parte del paisaje esculpido codo a codo entre el mismo Creador y sus criaturas, ¡qué maravilla!
Hay pequeñas patrias que salpican la geografía y las montañas, y las llenan de cabras y mastines, o de ovejas y gallinas, de gentes de labor, de iglesias pequeñas y silenciosas, tan terrenales y llenas de espiritualidad que, al contemplarlas envueltas en la humildad de la maravilla de su entorno, es imposible no creer, no sospechar, no dudar…
En algún rincón de la montaña, central, oriental… en algún lugar de la montaña leonesa, está Duna, la mastín, cuidando como siempre su rebaño.
La montaña y sus lares, con el verde moteando las escarpadas alturas, el gris denotando la dureza de su roca, el blanco salpicando las estaciones, y de entre sus pueblos sosegados, el color de Valverde, que se alza como bienaventurado por contar en sus calles con quienes caminan sus senderos y alimentan sus sonidos.
En la ribera alta del Curueño, escondido entre siluetas imponentes y bellezas majestuosas, hay un pueblo, mil historias y una infinidad de sueños que descubrir.