Archive for febrero, 2010

Entre la rosa y el dragón

Casa Botines, sede de Caja España, obra del arquitecto Joan Gaudí.

Casa Botines de León

Allá por el siglo III se fragua una historia que mezcla la leyenda con la realidad.

Hubo un hombre, militar romano, que a las órdenes del emperador, se negó a cumplir un edicto que le obligaba a perseguir y dar muerte a los cristianos, y por ello, fue martirizado y dado muerte. Aquel hombre era San Jorge.

Cuenta la tradición convertida en leyenda, que allá por el siglo IX, en la Conca de Barberà, vivía un dragón que atemorizaba a la población constantemente, y para apaciguar su terrible sed de sangre, los habitantes del lugar, decidieron darle dos ovejas a diario, pero las ovejas se acabaron, y entonces le dieron vacas, bueyes y otros animales… sin embargo, el resto de animales también se acabó, ¿qué quedaba entonces?

Reunido el pueblo con el rey, decidieron entregar al dragón una persona al día sorteada al azar, pero uno de tantos días, le tocó a la hija del rey.

Por más que el monarca rogó al pueblo el perdón de la vida de la princesa, después de ocho días, finalmente la muchacha fue entregada en sacrificio frente a la entrada de la cueva donde moraba la bestia, mas cuando iba a ser devorada, apareció, al galope, al rescate de la dama, un caballero armado a lomos de su blanco corcel.

Con su lanza dio muerte al monstruo, y de la sangre de aquel dragón brotó un rosal adornado con bellas rosas rojas, una de las cuales entregó el caballero a la dama en señal de amor.

¿Te suena la historia? San Jorge, Sant Jordi, es uno de los santos más celebrados en Cataluña, y Gaudí lo tenía muy presente, así que lo llevó consigo en sus andanzas por el mundo e hizo la leyenda realidad en la piedra de un palacio: la Casa Botines.

Allí, fantasioso, sacado de la imaginación, convertido en la realidad de la piedra tallada y labrada, en la forma de un edificio, está el palacio en el que pudieron vivir el rey y la princesa de aquella historia medieval.

Sentado en un banco frente a la Casa Fernández-Andrés, está Gaudí, contemplando la casa que Joan Homs i Botinàs (del que toma su nombre el edificio), un empresario catalán del textil asentado en León, encargó como sede para su negocio.

Sentado frente a una proyección de su mente, con su sombrero y su escasa barba, está Gaudí, observando, sobre la entrada de la casa, la imagen del caballero medieval matando al cruel dragón.

Pasan los años y las décadas, nos adentramos en las profundidades de un siglo más, y el Palacio Botines se mantiene bello como el primer día, recordando, que a pesar del ajetreado ir y venir del día a día, a pesar del peso de la vida laboral que te imbuye con su pragmatismo y su racionalidad, siempre hay un espacio para imaginar, para soñar un poco, y volver, por un instante a ser niño una vez más, un día más, recuperando una vitalidad que los años no han de poder quitar.

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La viveza de unas ruinas

Ruinas de la iglesia de San Miguel de Losada - Alto Bierzo - León

Ruinas de la iglesia de San Miguel de Losada

En un lugar rodeado de verde y frescura, en el Alto Bierzo, hubo un templo en el que muchas almas alzaron sus plegarías al cielo.

Junto a Rodanillo y Arlanza, en el municipio del Buen Vivir, hay una pedanía que no se conformó con una sola iglesia.

En el pueblo de Losada, todavía se celebra la festividad de San Miguel, aquel San Miguel al que dedicaron un templo que ya no cobija del frío y la intemperie, un templo que con el paso de los años fue cayendo poco a poco hasta quedar reducido a una pequeña parte de lo que antaño fue, y qué curioso es el mundo… ahora que son sólo ruinas las que nos recuerdan su existencia, parece que apetece más adentrarse en aquella iglesia antigua sin crucifijos ni altares.

Qué curiosa es la vida: cuando tenemos algo, a veces, no lo apreciamos; y sin embargo cuando nos falta… añoramos lo que tuvimos o lo que nunca llegó a ser nuestro.

Los siglos han ido pasando, y la iglesia sigue allí donde estuvo, y aunque ya no tiene techo, y el frío cala los huesos cuando cae la nieve del invierno, cada primavera, una vez más, amanece un nuevo vigor vegetal abrazando los muros de aquella ermita pequeña y sencilla que sigue mirando, tímida desde sus ruinas, desde la amable espadaña, la panorámica de un futuro incierto para las piedras de su patrimonio.

Cuidemos lo que queda, para que podamos, año tras año, imaginar y recordar lo que fue y pudo haber sido; para que podamos, una vez más, soñar con un pasado que, de alguna manera, también es nuestro.

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Navegando en la blancura

Paraje nevado de la antigua senda que unía los pueblos de Sabero y Cistierna.

Senda entre Sabero y Cistierna

  

En la lozana juventud de los abuelos de nuestra vida, no había coches ni autopistas, ni vacaciones en verano, televisión u ordenadores… en aquellos años que tanto dicen de quienes somos hoy en día, los caminos se recorrían a burra o a pie, a caballo o sobre un carro, y la gente vivía como siempre se había hecho, sobreviviendo invierno tras invierno en unos lares hermosos y duros como la propia vida ganadera.  

Hubo un tiempo en que los pueblos eran pequeñas ciudades plagadas de gentes e historias que entrelazaban las vidas de unos y otros, y los niños iban a la escuela con pantalones cortos de paño y calcetines largos en invierno, y las paisanas iban al rosario todas las tardes, a las cinco, con el manto de lana negra cubriendo su cabeza para protegerla del gélido viento helado que sopla Peñacorada…  

En la vida que vivieron los padres de nuestros padres, en la vida que vivieron los abuelos de nuestros abuelos, llegar al pueblo de al lado en pleno invierno, significaba caminar tres o cuatro, cinco o siete kilómetros a través del monte, por un camino cubierto por la inmensa capa de nieve acumulada, clavando las madreñas en la blanca espesura, escuchando el aullar de los lobos en una lejanía cercana, sin más comida que un pedazo de pan y… quién sabe, tal vez un trozo de chorizo, pero no siempre.  

Los tiempos han cambiado, la vida del campo y la montaña es ahora menos dura: ahora hay tractores y máquinas quitanieves, alimentos en conserva y buenos abrigos polares, la vida labriega y agricultora ha cambiado y ha perdido aquella áspera dureza que hacía doler, y con su pérdida se fue también la belleza de los paisajes que la sustentaban… ¿o tal vez no?  

Yo creo que no, porque todavía, más allá de los muros de las casas, hay un mar de blancas montañas bajo las que yace, inquieta y expectante, una primavera salvaje y brillante que espera tranquila, el momento de brotar desde el corazón de la tierra.

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El último descanso peregrino

Estatua del Peregrino en Villafranca del Bierzo, provincia de León

El Peregrino en Villafranca del Bierzo

Ya son muchas las etapas que lleva el peregrino a sus espaldas, muchos los tramos recorridos y los paisajes divisados; ya son muchos los días y las noches caminando en dirección a tierras gallegas, y ahora, por fin, el último tramo del camino antes de penetrar en las profundidades de la jacobea Galicia.

Atrás quedó el imponente castillo de Ponferrada, y tras una jornada intensa recorriendo los senderos del Camino Francés, cae el día y anochece en Villafranca del Bierzo.

La apacible Villafranca, hospitalaria y tranquila, sigue acogiendo a las gentes peregrinas un día tras otro, un año tras otro, un siglo tras otro, así desde hace cientos y cientos de años, desde que el Camino es Camino.

Recorrren sus calles palabras en gallego y leonés, en castellano, francés o inglés, catalán, euskera, alemán… son tantos y de tantos sitios los que buscan conseguir el tan ansiado jubileo… y al descansar en la morada del Bierzo relajan sus cuerpos cansados sumergiéndose en un sueño reparador que renueva su energía para emprender, por última vez, el viaje en tierras leonesas, diciendo adiós a una provincia que les ha acogido como última patria antes de llegar a destino.

Próxima parada: O’Cebreiro, Galicia.

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El Astura: desde las montañas con frescura

Aguas del río Esla a su paso por Gradefes en León

Río Esla a su paso por Gradefes

Encarnado en las montañas de los Picos de Europa, en un lugar paradisíaco lleno de cumbres eternas, de valles milenarios, de verdes brillantes y blancos luminosos al caer el invierno y sus infinitas nevadas,.. encarnado en los Picos de Europa, está el imponente macizo de Mampodre, y a sus pies el diminuto y encantador Maraña, en cuyas tierras surge la Fuente Maraña de la que brota el caudal del antiguo Astura, uno de los principales afluentes del río Duero.

Aquel Astura del que los antiguos pobladores celtas tomaron su nombre, baja radiante e impetuoso llenando su caudal con unas aguas frescas y fuertes, rápidas y vivas, llenas de energía y riqueza, fecundando una vega sedienta de ese cariño húmedo que sólo el sabor de su cuenca sabe infundir en la tierra.

Baja el Esla, con vigor y reveldía, de aquellas montañas ancestrales que llevan una eternidad viéndole renacer milésima a milésima, segundo a segundo, sin que haya sequía que pueda acabar con él, con ese derecho divino a alimentar a personas, animales y plantas en su paso hacia la meseta.

Alimenta el Esla las truchas que moran en el lecho de su cauce, las plantas que se deslizan a lo largo de su recorrido, los ganados que refrescan su garganta en él y un paraje que no sería el mismo sin la humedad que inunda los prados, las eras, las laderas y los caminos de una ribera serpenteante que jalonan pequeños pueblos llenos de historia y tradición con sus iglesias, sus escuelas, sus casas y calles…

Nace y crece el Astura, crece y se reproduce el Esla, y con él, la vida se renueva una y otra vez, estación tras estación, adornando un paisaje: el de la ribera del río Esla.

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Verde, que te quiero verde

Panorámica sobre Arlanza - Bembibre - El Bierzo - León

Panorámica sobre Arlanza

Hubo un tiempo en que pueblos de azada y cuchillo poblaban la tierra.

Hubo un tiempo en que animales y personas convivían en sociedades muy diferentes a las que hoy en día moran nuestras tierras.

Hubo un tiempo en que los parajes del noroeste peninsular pertenecían a un gran señorío: el Señorío de Bembibre.

Allá, en la tierra del botillo y el Boeza, en la patria del Buen Vivir, hay un lugar envuelto en la hermosura más verde de la tierra leonesa. Un lugar rodeado de montes y prados que se mantienen impasibles antes el paso de los años, como si el discurrir de la historia poco tuviera que ver con ellos, como si los seres humanos que han cultivado sus eras siempre hubieran sido los mismos y no hubiera sido una generación tras otra la que peinara sus verdes cabellos con el duro trabajo del campo.

En el rico Bierzo, Arlanza disfruta, con sus casas de piedra y madera, de una soledad compartida con sus nieves en invierno y sus lozana primavera, antes de que los calores del verano acaricien los tejados de sus casas y el campanario de su iglesia; esa iglesia pequeña y hermosa, como la vida misma, como Arlanza, como ese pueblo pequeño y tranquilo con sabor a tradición y sosiego.

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Buenas noches, Astorga

Anochecer en la capital de las tierras maragatas: Astorga - León

Anochecer en tierras maragatas

El sol se pone y el día llega a su fin mientras las últimas claridades se diluyen en la lejanía del firmamento; el sol se pone y avanza la noche lentamente desde un extremo del cielo que espera, ansioso, la caricia de su oscuridad salpicada de brillos lejanos y vivaces.

La tarde llega a su fin y Lorenzo se despide lentamente para volver a brillar con energía renovada al despertar de una nueva mañana. Se va la tarde y llega la noche, una noche plácida y serena en la que, el lejano tintineo de las estrellas al lucir, adornará silenciosamente la quietud de una velada nocturna en la que descansan miles de almas peregrinas, de almas que han recorrido, recorren y recorrerán el Camino de Santiago, de almas que moran en el discurso del Camino de Santiago, de gentes oriundas de la antigua Asturica Augusta, y una dulce nana suena cuando acaricia oreo los rincones de sus calles, y las ramas de sus árboles.

El atardecer se funde en los brazos de la noche y, una vez más, una jornada más, el día se despide regalando miles de colores dispersos en la belleza celeste, millares de tonos rosados, azules, anaranjados se confunden en el lienzo de un universo que, esta noche, velará, sumergido en la quietud más cariñosa, el sueño reparador de una Astorga que cierra sus párpados con el último halo de luz naranja-carmesí.

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Coronando a Don Pelayo

Ermita de Corona, Valle de Valdeón, Picos de Europa

Ermita de Corona

Cuenta la leyenda que en un lugar al norte de la Península Ibérica, unos jóvenes godos se refugiaron y presentaron una emboscada a las huestes musulmanas que se habían apoderado del territorio apenas un tiempo atrás; cuenta la leyenda que un tal Pelayo capitaneaba, con su sagaz juventud, el ímpetu guerrero de quienes se negaron a ser conquistados, y así comenzó un movimiento que llegaría a ser conocido como la Reconquista.

Cuenta la leyenda que Pelayo y sus secuaces emprendieron un camino hacia el sur persiguiendo las hordas musulmanas, y fue así, como, allá por donde pasaba, cosechaba éxitos y seguidores y hasta llegó a ser coronado en cada nuevo lugar que visitaba, sumando así, nuevos seguidores a su ejército cristiano.

Cuenta la tradición goda que Pelayo fue levantado sobre su escudo y coronado como rey, al son de los vítores que jaleaban su victoria, en el Monte de Corona. Allí, en el mismo lugar en que fuera coronado el nuevo rey, se erigió una ermita que sería dedicada a la Virgen de la Corona.

Aquella ermita, que remonta sus orígenes a los albores de la Reconquista, volvió a tomar nueva importancia cuando, en el 1580, tras una época de sequía destructora y abrasante, una sequía que arrasaba pastos y ganados, un pueblo sediento y desesperado, acudió a ella pidiendo los favores de su Patrona, alzando al cielo una plegaria que rogaba por el agua.

Y las plegarias fueron oídas y el agua llegó, y como acción de gracias, el Real Concejo de Valdeón prometió una romería transportando la imagen de la Virgen a las parroquias de Soto y Posada de Valdeón, un voto que comprometía a los valdeonenses a asistir a la procesión so pena de ser multados, mas el castigo nunca hubo de ser impuesto, pues siempre fue, y sigue siendo, mayor la devoción que la obligación.

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Entre helechos y robles

Ruinas del convento de San Fructuoso de Labaniego

Ruinas del convento de San Fructuoso de Labaniego

Perdido en las profundidades del mágico Bierzo, próximo al territorio de las meigas, se encuentra un valle repleto de historia milenaria, de piedras y vegetación.

Un valle que esconde en sus tierras los surcos invisibles de aquellos senderos que recorrieron lugareños y forasteros de paso por las comunidades religiosas que jalonaban el territorio con sus monasterios, iglesias y conventos, senderos de camino hacia la ciudad peregrina: Santiago de Compostela.

Ocultas en la espesura del bosque, escondidas en la frondosidad de un robledal de belleza ancestral, envueltas entre helechos, arbustos y plantas, se encuentran las piedras de lo que en algún momento del tiempo fue el convento de San Fructuoso de Labaniego.

Apenas unas ruinas dibujan la silueta de un lugar dedicado a la oración y la vida en comunidad, un monumento de iglesia viva que el paso del tiempo dejó derruir, un sitio que tantas almas divisaron en su caminar a través de la frondosidad… y allí están los vestigios de una religiosidad aislada en la naturaleza, en una naturaleza silenciosa a murmullos que habla de la divinidad sin mencionar una sola palabra…

Pasan los siglos y la presencia de aquel convento parece desaparecer, pero las huellas de su esencia se niegan a diluirse impregnando su espíritu en unas piedras que todavía dibujan los muros de San Fructuoso de Labaniego.

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Siguiendo el Camino

Cachavas y calabazas del peregrino en Ambasmestas

Cachavas y calabazas del peregrino en Ambasmestas

Van pasando los días y una vez más, nos adentramos en las profundidades de un Año Santo. Este 2010 serán muchos los peregrinos que recorrerán las calles, los parajes y pueblos en busca de aquella valva de vieira que en la Edad Media llevaban los peregrinos como prueba de su estancia en tierras gallegas…

Van pasando los días y nuevas y antiguas gentes corren y recorren los paisajes que otras generaciones caminaron, y lo hacen con la esperanza de llegar a la catedral de Compostela, unos por tradición, otros por turismo, algunos por ese fervor religioso que las modas no son capaces de diluir, pero todos con la ilusión de descubrir y redescubrir una belleza singular que sigue clamando a verde y a humanidad y recorre rincones de tantos lugares que de otra manera habrían permanecido desapercibidos…

Pasan los días, y pasan los meses, y seguimos caminando por Sahagún de Campos y por el Burgo Ranero, por Mansilla de las Mulas y León, por Villadangos del Páramo, Astorga, Rabanal del Camino y Ponferrada… y nos despedimos de una hermosa provincia que todavía no te ha enseñado ni una pizca de la belleza inmensa que guardan sus parajes más recónditos, en lo alto de sus montañas y en lo profundo de sus valles, en el lecho de sus ríos…

Es la provincia leonesa que se despide del valiente peregrino con una sonrisa dibujada en la cara de Villafranca del Bierzo, del exuberante Bierzo… ese Bierzo que te dice un hasta pronto en cada uno de los pueblos y parajes que salpican la alegría de su verdor.

Hasta pronto, Pereje; hasta luego, Ambasmestas; prometo no olvidarme de vosotros, y, cuando mi cansado cuerpo sienta que ya no puede subir la pendiente ni un centímetro más, saborearé tus olores leoneses, Ruitelán, y llenaré del aire de La Faba mis pulmones para seguir, rodeada de naturaleza, historia y tradición, mi camino hacia el botafumeiro.

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