¿Abandono? Abandono no, dejadez, tal vez, ¿o no?
Si el abandono es rendición, ¿por qué rendirse? ¿por qué ya no vale la pena?… Sí, sí que lo vale. Vale la lucha y el pensamiento merodeando la cabeza a cientos de kilómetros de distancia, valen las promesas con el corazón en la mano y la mirada más limpia.
Hubo un tiempo en el que las cosas eran diferentes, y ahora, mirando atrás, siento que no son tan diferentes, igual aparentemente, quién sabe, pero no…
Aparentemente, cierto, ¿nos fiamos de las apariencias? Hay tanta traición escondida tras miradas cobardes, tanta mentira enrevesada, enraizada en las almas de los corazones pobres, que a veces cuesta descubrir dónde está la verdad, pero está, la verdad está.
¿Abandono? No, abandono no; paciencia, quizá, tranquilidad, creo yo, como los campos a lo largo de las estaciones, cuando ven los paisajes cambiar y permanecen callados, guardando en su interior lo que la superficie todavía no desvela… como si fuera una melodía que el compositor dibuja en la partitura que todavía no tocó el cielo, que todavía no acarició la luna con el sonido suave de su alegría intensa.
Abandono nunca, mientras haya una brizna de vida, mientras las promesas se mantengan en el aire, mientras la piel recuerde cada una de sus caricias y las palabras no desaparezcan con el viento,… nunca, jamás…
Pasa el verano, alegre, caliente, sereno, frío; pasa el verano, se descubren nuevos paisajes conocidos, y entre las tierras leonesas, se dibujan las sombras del ayer reflejadas en el paisaje del presente… y ya no hay miedo, hay verdad, hay luz, hay esperanza y buenas sensaciones, hay valentía y arrojo, porque aquella caseta de adobe, a pesar de las inclemencias, a pesar del frío y la nieve, a pesar del sol abrasador del mediodía, sigue en pie, en sus campos, demostrando que, hasta lo más débil, aparentemente, tiene su fortaleza en los cimientos de su interior, en la vida, en la lucha, en las tierras de Valduvieco, donde todavía se oyen los ecos de la silenciosa que recorrió sus caminos…