Archive for Descubriendo los llanos del Páramo

Caminando lento

Mi mágico León: atardecer primaveral en La Bañeza, al sur de la provincia de León. Turismo rural. Naturaleza viva.

Un gran placer

A veces sólo quiero oír silencio…

Silencio salpicado de gorgojeos y colores, silencio acariciado por la brisa tenue del atardecer, silencio…

En ocasiones sólo quiero oír silencio, y sumergirme en mis pensamientos más profundos desde la superficie del mundo; contemplar suavemente, el ardiente colorido de la experiencia disfrutando del misterioso aliento de la vida, y sentir cómo la carga que apelmaza mis trapecios, se hace más ligera, y se desvanece…

Es difícil de explicar, pero, a veces, apetece olvidarse del mundo para encontrarse con él, u olvidarse de la vida que puebla la mente para encontrarse con el corazón, donde habita una vida mucho más valiente, más tranquila, más alegre… ¡más feliz!

A veces, sales a pasear y descubres, que en algún lugar del mundo sigues estando tú, sin miedos, sin temores, con sonrisas, con suspiros, con mucha paz.

De vez en cuando, paras, caminas lento, sales a contemplar y disfrutas…

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La bella desconocida

Mi mágico León: detalle del Palacio de los Quiñones en Riolago de Babia. León.

Desvelando misterios desde una rendija

Nada, no hay nada…  

Recorres los caminos que marcan la tierra y no ves más que campos, arroyos, montañas, ríos, valles… y no hay nada…  

No hay nada, algún animal quizá, puede que encuentres corzos, jabalíes, zorros, lobos, y, hasta, si me apuras, puede que tengas la suerte de encontrar un oso… pero no hay nada…  

¿Y qué es la nada? Es la ignorancia de no saber qué hay, y si no lo ves, entonces… ¿no hay nada?  

Las cosas más importantes no se perciben a primera vista, no se conocen con una sola mirada, y por eso, cuando conoces a alguien, descubres sus secretos, escuchas su voz, recuerdas sus palabras…  cuando eso sucede, te das cuenta que un sentimiento de cariño ha nacido en ti.  

Cántabros, vadinienses, orníacos y romanos,…  

Condes, señores, siervos, campesinos, pastores, herreros, agricultores, ganaderos,..  

Guerras, paces, acuerdos… y me pregunto cuándo y dónde… ¿dónde están?  

Los nombres esconden secretos: Cea Fontis, o si prefieres, Cifuentes, ¿qué significa? Agua… Cea es la partícula prerromana, Fontis el genitivo latino que define el lugar del agua; Palacios de la Valduerna, o tal vez Castillo del Valle del Ornia, donde se asentaron los orníacos y se construyó el gran palacio de los Bazán, más allá de lo que los más ancianos del lugar, son capaces de recordar…  

Los nombres esconden misterios, a veces ininteligibles, desde el vocabulario que manejamos, y se nos escapan Carande, Besande, Salio… y ni siquiera sospechamos que su nombre es de origen celta… que su toponimia remonta su nacimiento a la remota Vadinia…  

Vadinia, Lancia, calzada romana, castros, hórreos, pallozas, castillos, monasterios, ermitas, iglesias, Camino de Santiago, ruinas… todo tiene un porqué, todo tiene su razón, y si lo descubres, si miras con curiosidad por la rendija del presente, entenderás que te vas enamorando…  

Si observas el paisaje e intentas mirar con los ojos que ven algo, entenderás porqué esta tierra es tan serena y tan callada, porqué es tan misteriosa que esconde sus tesoros…  

Entenderás porqué la tierra leonesa, es la bella desconocida.

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Entre el Páramo y el Teleno

Mi mágico León: preciosa fotografía de la Bañeza y su estación de ferrocarril

Una ciudad y su ferrocarril

A caballo entre la belleza llana el Páramo y las elevadas ondulaciones del Teleno, hay una zona llena de gente sencilla y amable, feliz de pertenecer a una tierra salpicada de pequeños pueblos llenos de encanto en su simplicidad tranquila, que guardan en su haber historias pasadas de tiempos inmemoriales, testimonios en piedra de iglesias y castillos, ríos que se acercan a sus poblaciones, regalando la frescura que llena la primavera y el verano de colores y calores, según la hora y el momento del día.

Entre el Páramo y el Teleno, tierra de astures, romanos y marqueses, nació, hace ya once siglos, una villa por orden del poderoso Conde Gatón, una población que llegaría a ser sede de un marquesado, y previo a la llegada del ferrocarril, recibió el título de Ciudad de manos la Reina María Cristina.

En la vega del húmedo Órbigo está la ciudad del Santo Potajero que caracteriza su Semana Santa, de las iglesias y de la rifa del cerdo, del gocho para los amigos.

Al sur de León está la Bañeza, una ciudad llena de historia, tradiciones, carnavales y gastronomía diferente y generosa, donde las alubias, los bollos de San Lázaro, los imperiales, las yemas y  las pastas de San Blas, sorprenden con sensaciones llenas de algo bueno, de lo rico, de lo de siempre, de esos sabores olvidados en la industrialización alimentaria de la modernidad.

Al sur de León está la Bañeza, una zona, una ciudad que no te dejarán indiferente.

Si todavía no la conoces, no esperes más y descúbrela, camina, recorre, busca y… ¡encuentra!

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La morada de Don Suero de Quiñones

Castillo de los Quiñones en Villanueva de Jamuz

Castillo de los Quiñones en Villanueva de Jamuz

¡Cuántas vueltas da la vida! ¿verdad? A veces parece mentira  que las cosas cambien tanto para, al final, volver al mismo punto de partida…

La vida tiene esas cosas, y la historia también.

Hay un lugar, al sur de la provincia de León, que también fue patrimonio de los Quiñones, un lugar que fue la capital del Concejo de Valdejamuz, un lugar que fue el centro de las discordias familiares entre hermanos y primos, una discordia que la ambición no permitió diluirse con el paso de los años, hasta que algo más de un centenar de años más tarde ocurrió algo que lo retornaría a su punto de partida.

En una época medieval en que los reyes de León repoblaban los territorios reconquistados, nació una Villa cuyo primer señor, allá por el siglo XI, fue Rapinato Ectaz.

Han pasado ya casi mil años y han cambiado tantas cosas en un milenio…

Un siglo más tarde, el mismo sitio pasó a manos de un noble leonés de gran peso en la corte, don Gutierre Vermúdez, por lo que fue rebautizada con el nombre de Villanueva de Don Gutierre, y tiempo más tarde: Villanueva de Simón Sánchez…

Alianzas, matrimonios, familias civiles… hasta que el devenir de la historia lo llegó a manos de un tal Diego Fernández de Quiñones, «El de la Buena Fortuna».

Don Diego fue uno de los nobles más poderosos del reinado de Juan II de Castilla y fundó cuatro mayorazgos: uno para cada uno de sus descendientes; mas el destino truncó sus planes, y la muerte le arrebató dos hijos, de modo que finalmente su legado quedó repartido en dos: el de Pedro Suárez de Quiñones, que daría lugar a la conocida estirpe de los Quiñones-Condes de Luna; y el de su hermano Suero de Quiñones.

Don Suero de Quiñones, tras su hazaña en el puente de Hospital de Órbigo, recibió el Mayorazgo de Valdejamuz y asentó su morada en el palacio de la Villa. A la muerte de Don Suero, toma las riendas del Mayorazgo su hijo Diego de Quiñones y Tovar, y aquí, para desgracia de muchos, empieza una serie de conflictos sin fin motivados por la ambición sin límite de los Condes de Luna, ya que su propio primo pretendía arrebatarle diversos concejos norteños que le pertenecían por derecho de heredad.

Llegó hasta tal punto el constante abuso y asedio de la rama de los Luna, que incluso los Reyes Católicos tuvieron que mediar para intentar solventar el dilema, mas de mucho no habría de servir, ya que, a pesar de algún escueto periodo de guerra fría, la paz verdadera no llegaría nunca a reinar en la zona.

¡Cuántas vueltas da la vida! Don Diego muere, le sucede el segundo Diego de la dinastía y las rencillas continúan y se acentúan cuando éste fallece y deja a su hijo Suero de Quiñones II como sucesor. A pesar de ser tan joven y de lo mucho que habría de luchar para conseguirlo, la vida le dará la razón y Villanueva de Jamuz y su castillo serán de su propiedad, pero al morir, tras varios matrimonios sin descendencia… la Villa y su fortaleza, finalmente, caerán en poder de sus particulares hienas, que nunca dejaron a sus auténticos señores disfrutar de su querida Villanueva.

Don Suero de Quiñones fue heredero legítimo, fue el primogénito de una estirpe que finalizaría sus andanzas por esta tierra, casi siglo y medio más tarde, gobernada por un hombre con el mismo nombre que aquel que la vio crecer y luchar a su lado: Don Suero de Quiñones II.

Han pasado los siglos, el poder de aquella familia ha quedado diluido en el discurrir del tiempo, mas las huellas de sus aventuras y desventuras han quedado marcadas en la geografía leonesa, dejando, como vestigio último aquel poderío, el Castillo de Villanueva de Jamuz.

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La Villa de los marineros

Mi mágico León: Puente de la Vizana en Alija del Infantado, León.

Haciendo historia

A orillas del río Órbigo, en la zona más meridional de la provincia, está la tierra leonesa de los marineros de agua salada.

Corría el año 1492 cuando un genovés confundía las Indias con un nuevo continente: América. Comienza entonces la historia marinera del pueblo de interior que más marineros ha aportado a la Marina Española.

Situado en la antigua Vía de la Plata, camino de romanos, trashumantes y peregrinos, Alija del Infantado ha sido desde antaño un lugar de idas y venidas, de llegadas y partidas, de animales y pastores, laicos y religiosos, soldados, nobles, comerciantes y gente de a pie, que por uno u otro motivo atravesaban sus tierras dejando su particular huella en la esencia de sus edificaciones, iglesias, hospitales y casas…

Atraviesa sus tierras la Cañada Real Leonesa de la Mesta que tantas veces fue recorrida por los pastores procedentes de tierras extremeñas en su camino hacia las alturas de Babia y todavía resuenan los ecos del balar de las merinas en su paso por las llanuras y de los ladridos de sus guardianes mastines…

Todavía se puede intuir el trasiego del Camino de Santiago en lo que fueron sus cuatro hospitales de peregrinos… y ya no están, tan sólo una Cruz del Peregrino atestigua en soledad el discurrir constante de miles de almas que durante centenares de años caminaron en su ruta jacobea… y en sus tierras, todavía queda el testimonio de lo que, según cuenta la tradición, remonta sus orígenes a la Orden del Temple, la iglesia de San Esteban a la que el paso del tiempo y  las inclemencias de la historia dio un nuevo barniz con un aspecto diferente al originario.

Y hablan sus monumentos de una Villa cargada de historia a través de los tiempos, desde la Antigua Roma con sus fuentes y sus puentes; hasta el medievo más puro con su castillo amurallado.

Podría hablar mil y una horas de la belleza de los mares terrestres que envuelven la historia hecha monumento en cada uno de sus vestigios y piedras, pero por más que lo hiciera, jamás podría hacerte llegar a sentir lo que se siente cuando permites que la llanura inunde con su vida serena tus momentos y recorres los muchos rincones descubiertos que en Alija se pueden redescubrir.

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En la tierra de Baco

Sabrosos productos de Valdevimbre

Sabrosos productos de Valdevimbre

A penas 22 kilómetros al sur de la ciudad de León, siguiendo la Ruta de la Plata, en el Páramo, vive, escondido entre las bodegas-restaurante de Valdevimbre, Baco.

Baco o Dioniso, tal y como los antiguos griegos llamaban al dios del vino, encontró el lugar perfecto para postrar su nueva morada, cuando el Abad Balderedo procedente de tierras musulmanas, allá por el siglo X, decidiera establecerse en tierras de Val de Vimen dando vida al monasterio de Santiago o Santa María de Val de Vimen.

Al igual que el cordobés Abad Alfonso fundador de San Miguel de Escalada, el Abad Balderedo fundó, junto a los religiosos que le acompañaron en su caminar hacia tierras norteñas, un monasterio en el que vivir siguiendo la orden de San Benito, cuyo lema reza: «Ora et Labora»; así, con el trabajo continuo de la congregación benedictina, el paisaje de viñedos de uva Prieto-Picudo empezó a reinar en una llanura que continúa llevando la vid como corona.

Aquella zona que había sido habitada durante la Edad de Bronce, aquel lugar que habitó la tribu de los Omaicos astures, aquel rincón que atravesó en tiempos remotos la Legio VII romana de camino a Astorga y recorrió algún musulmán en busca de gloria conquistadora… aquel sitio empezó a tomar forma cuando la comunidad religiosa se estableció en sus tierras, y las gentes acudían a habitarlas buscando protección y amparo a cambio de servicios y trabajo. Pronto, fueron muchos los donativos que recibió el monasterio por parte de la nobleza y realeza leonesa, tanto que el 18 de enero del 918, el propio rey Ordoño II confirió al territorio la categoría de feudal, quedando el pueblo sometido a obediencia al abad y el monasterio.

Tan dilatada tradición vinícola hace que penetrar en las entrañas de la tierra a través de una de sus cuevas-bodegas sea una experiencia inolvidable en muchos sentidos.

Excavadas en la tierra, las Cuevas, evocan la imagen del paisaje lunar de la Capadocia turca, con sus ciudades excavadas en la roca. En Valdevimbre, se trata de bodegas y restaurantes a la vez, un lugar en el que disfrutar de los más suculentos platos leoneses tradicionales, y así poder degustar antiguas recetas basadas en los productos de la tierra: el bacalao al ajo arriero, el cocido en pote, las sopas de ajo a la cazuela y todo tipo de asados, picadillo, chorizos caseros, al vino, a la sidra… jamones curados al humo (al estilo leonés), pimientos asados, tortilla guisada, callos, mollejas… y para los más golosos la rica repostería a base de bollos de manteca, arroz con leche y flanes caseros durante todo el año, y en carnaval, flores y soplillo; en abril, roscas de Castilla; por Pascua, tostas; en septiembre, por San Miguel, los miguelines y en noviembre, para Todos los Santos, las dulces orejas… todo esto acompañado por una copita de tostadito o aguardiente de la zona…

En la tierra de Baco y Dioniso, en los lares de Valdevimbre, el paladar, la vista y el olfato se deleitan con los sabores, colores y olores de la propia tierra.

Me ha entrado hambre, ¿vienes comer conmigo a alguna de sus Cuevas?

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