Castillo de los Quiñones en Villanueva de Jamuz
¡Cuántas vueltas da la vida! ¿verdad? A veces parece mentira que las cosas cambien tanto para, al final, volver al mismo punto de partida…
La vida tiene esas cosas, y la historia también.
Hay un lugar, al sur de la provincia de León, que también fue patrimonio de los Quiñones, un lugar que fue la capital del Concejo de Valdejamuz, un lugar que fue el centro de las discordias familiares entre hermanos y primos, una discordia que la ambición no permitió diluirse con el paso de los años, hasta que algo más de un centenar de años más tarde ocurrió algo que lo retornaría a su punto de partida.
En una época medieval en que los reyes de León repoblaban los territorios reconquistados, nació una Villa cuyo primer señor, allá por el siglo XI, fue Rapinato Ectaz.
Han pasado ya casi mil años y han cambiado tantas cosas en un milenio…
Un siglo más tarde, el mismo sitio pasó a manos de un noble leonés de gran peso en la corte, don Gutierre Vermúdez, por lo que fue rebautizada con el nombre de Villanueva de Don Gutierre, y tiempo más tarde: Villanueva de Simón Sánchez…
Alianzas, matrimonios, familias civiles… hasta que el devenir de la historia lo llegó a manos de un tal Diego Fernández de Quiñones, «El de la Buena Fortuna».
Don Diego fue uno de los nobles más poderosos del reinado de Juan II de Castilla y fundó cuatro mayorazgos: uno para cada uno de sus descendientes; mas el destino truncó sus planes, y la muerte le arrebató dos hijos, de modo que finalmente su legado quedó repartido en dos: el de Pedro Suárez de Quiñones, que daría lugar a la conocida estirpe de los Quiñones-Condes de Luna; y el de su hermano Suero de Quiñones.
Don Suero de Quiñones, tras su hazaña en el puente de Hospital de Órbigo, recibió el Mayorazgo de Valdejamuz y asentó su morada en el palacio de la Villa. A la muerte de Don Suero, toma las riendas del Mayorazgo su hijo Diego de Quiñones y Tovar, y aquí, para desgracia de muchos, empieza una serie de conflictos sin fin motivados por la ambición sin límite de los Condes de Luna, ya que su propio primo pretendía arrebatarle diversos concejos norteños que le pertenecían por derecho de heredad.
Llegó hasta tal punto el constante abuso y asedio de la rama de los Luna, que incluso los Reyes Católicos tuvieron que mediar para intentar solventar el dilema, mas de mucho no habría de servir, ya que, a pesar de algún escueto periodo de guerra fría, la paz verdadera no llegaría nunca a reinar en la zona.
¡Cuántas vueltas da la vida! Don Diego muere, le sucede el segundo Diego de la dinastía y las rencillas continúan y se acentúan cuando éste fallece y deja a su hijo Suero de Quiñones II como sucesor. A pesar de ser tan joven y de lo mucho que habría de luchar para conseguirlo, la vida le dará la razón y Villanueva de Jamuz y su castillo serán de su propiedad, pero al morir, tras varios matrimonios sin descendencia… la Villa y su fortaleza, finalmente, caerán en poder de sus particulares hienas, que nunca dejaron a sus auténticos señores disfrutar de su querida Villanueva.
Don Suero de Quiñones fue heredero legítimo, fue el primogénito de una estirpe que finalizaría sus andanzas por esta tierra, casi siglo y medio más tarde, gobernada por un hombre con el mismo nombre que aquel que la vio crecer y luchar a su lado: Don Suero de Quiñones II.
Han pasado los siglos, el poder de aquella familia ha quedado diluido en el discurrir del tiempo, mas las huellas de sus aventuras y desventuras han quedado marcadas en la geografía leonesa, dejando, como vestigio último aquel poderío, el Castillo de Villanueva de Jamuz.