Archive for Castillos

El legado de los siglos

Mi mágico León: en Tierra de Campos, al este de la provincia de León, está Cea y su castillo medieval. La entrada al castillo es libre. León. Turismo rural. Turismo Cultural.

Perseverancia

Érase una vez un lugar lleno de futuro, alzado sobre la planicie, sencillo y tranquilo, que disfrutaba de su existencia con el simple hecho de divisar la panorámica, que a sus pies el mundo rendía.

Érase una vez un castro, en la capital de los vacceos, que el tiempo convirtió en castillo; y llegada la Edad Media, los reyes hicieron protagonista de sus idas y venidas, de sus confabulaciones maliciosas y perversas, morando entre las paredes de su cuerpo lozano y fuerte.

Y así, aquella altitud sostuvo la silueta de unas piedras convertidas en castillo, con su torreón y su pozo, con su gran foso y el puente que, aquel castro convertido en castillo, llegó a ver a su vera allá por el siglo XI…

Pero el puente ya no está. La dejadez y el abandono han hecho mella en aquella regia fortaleza, le han despojado de la fuerza de sus vestiduras medievales, y parece haber llegado el fin.

Aunque, ¿sabes qué? Miro al viejo castillo y sólo puedo ver algo: esperanza y perseverancia. Puedo ver la valentía de unas piedras que siguen sosteniendo el legado de los siglos en cada grano que da forma a su cuerpo, y a su espíritu…

Porque en algún lugar de Tierra de Campos, hay un castillo esperando ser rescatado, con su fachada principal todavía en pie, cansada, sonriente y feliz porque piensa, cree, sospecha, que ha perdido muchas batallas, pero aún no ha perdido la guerra…

Cuenta contigo, conmigo, con nosotros. Nosotros somos su ejercito y lucharemos:

Por ti, por mí,… ¡Por el Castillo de Cea!

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La silueta

Mi mágico León: castillo de Villapadierna en León. A los pies de la montaña oriental leonesa. León. Turismo rural y cultural.

Entre la nieve y la historia

Caminar por las calles, entre la gente, junto a multitud de cabezas pensantes, cada cual en su mundo, ajena al de los otros…

Gentes de diferentes alturas y tamaños, colores de piel, texturas, de ojos tristes y alegres, de tonos grises y azules, otros intensos y profundos, negros, marrones, verde oliva, como la tierra, como la miel, como la esperanza, como la historia.

Gentes, presentes y futuros diferentes, y quien sabe si un pasado similar, quizá compartido, quizá el mismo…

Desde cualquier ciudad a orillas del Mediterráneo, desde cualquier lugar bañado por el Atlántico, aunque se llame Cantábrico, desde el sitio más alejado de la Tierra, escondido en un presente teñido de razas, acentos, idiomas, colores y realidades diferentes, puede que haya la silueta de un castillo que, en algún momento, marcó su historia, la historia de quienes la vida ha ido diseminando por los más recónditos lugares del planeta…

Un siglo, dos, tres… generación tras generación, remontando el tiempo hasta la Baja Edad Media, encontramos una Europa muy distinta de la que se dibuja en la actualidad, poblada de hambrunas, de pestes, de sombras y algunas luces, de opulencia y abismales diferencias sociales, de palacios, castillos, chozas y cuevas…

Remontando los años contra el reloj, las piedras vuelven a alzarse y dibujar la silueta de un paisaje donde siervos y señores dominaban y eran dominados, donde la vida resultaba áspera, y fría, donde las clases nobles decidían sobre el destino de seres inocentes firmando su condena en forma de matrimonio, por o contra el deseo de los contrayentes, el matrimonio no era una opción, en todo caso, una obligación.

Una vida áspera y fría, difícilmente dulce, suave, tierna, pero, aunque difícil, también tierna, y amable, seguro que en alguna alcoba sencilla, las noches de pasión encendían el calor que la nieve negaba en el exterior, y los besos recorrían cada milímetro de piel, donde los labios se confunden con el amor…

Corría pleno siglo XV cuando Fabrice Enríquez, Almirante de Castilla, recibe Villapadierna de manos del rey Juan II y construye un castillo que pasaría al primer Duque de Alba por matrimonio con la hija del Almirante.

Un castillo gótico, en la hermosa ribera del caudaloso Esla, el Astura de los antiguos astures, de la legendaria Vadinia que el olvido no ha podido sepultar…

Un castillo a los pies de la montaña oriental, con su planta cuadrada, con su torre central y su muralla, adornado por los nidos de cigüeña que, en otros tiempos, no osaban acercarse a sus almenas. Un castillo con su foso lleno de agua, del Esla, ¿de dónde si no? Un auténtico castillo de novela, de leyendas y fantasías,… pero es real.

Y en tiempos lejanos, tras el castillo hubo una herrería: espadas, cuchillos, cascos para los caballos,… donde el hierro teñía su cuerpo de naranja incandescente, y de pronto, el agua terminaba la obra del maestro del metal.

Una brisa suave me despierta de una ensoñación fantástica y me trae de nuevo a esta curiosa realidad, increíble y absolutamente inconcebible para aquellos que moraron tiempos pasados, para aquellos que vivieron en el Castillo de Villapadierna, trabajaron en la herrería, o cultivaron sus campos y pescaron en el caudaloso Esla.

Una brisa suave me despierta y siento cierta melancolía, ¿cómo no? por ver el castillo sin siervos ni señores.

Ya no hay Cruzadas, ni Reconquista, pero hay Camino de Santiago, hay historia y silueta, la de un castillo y una Villa, la hermosa y sencilla Villapadierna, donde, como en aquel entonces, en la sencillez de sus campos se dibuja el perfil, el alma y el cuerpo de un monumento: el Castillo de Villapadierna.

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Descubriendo el Medievo maragato

Torre del antiguo castillo de los Marqueses de Astorga, en Turienzo de los Caballeros, en la comarca de la Maragatería, en la provincia de León

La torre guardiana del oro y la vida

Hubo un tiempo en que las cosas no eran como ahora son, hubo un tiempo en que las fronteras y las gentes que hoy conocemos no eran las que hoy son, aunque hay cosas que nunca cambian…

Allá por el siglo XIV la capital de la Maragatería era la Villa de Turienzo de los Caballeros, a sólo unos kilómetros de la bella Astorga, y si las piedras hablaran…

Las piedras no hablan, pero las mellas del tiempo en su piel sí lo hace; lo hace su aspecto y su situación, lo hace el ambiente que las rodea, lo hace la ubicación en la que se encuentran, mas las piedras no hablan…

Y si las piedras de la Torre de los Osorio hablaran, nos contarían que su origen se remonta más allá de la romanización, cuando formaron parte de un castro astur, quizá también romano, y que su torreón sirvió para proteger las cercanas minas de oro;  pasados los siglos hasta los míticos templarios recorrieron el interior del castillo al que perteneció como torre del homenaje, y luego fue patrimonio del Monasterio de San Pedro de Montes… si las piedras hablaran desvelarían tantas cosas…

¿Y sabes qué? Las piedras hablan calladas, pero sólo te dan pistas, y tienes que indagar, tienes que buscar en los recovecos de su historia y descubrir que en época del Señorío de los Osorio fue fortaleza, y por ello también fue conocido el lugar como Turienzo del Castillo, pero su nombre no es otro que aquel que hace referencia a los caballeros que velaron por el mítico Santo Grial en el lejano Oriente de las legendarias Cruzadas, aquellos que velaron por el bien y la seguridad de todos los peregrinos que se dirigían a la tumba del Apóstol Santo: los Caballeros de la Orden del Temple.

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En los albores del Reino de León

El Castillo de Sarracín velando ante el Camino de Santiago

El Castillo de Sarracín velando ante el Camino de Santiago

Sumergida en lo remoto del Medievo, elevada sobre una escarpada colina a los pies del Monte de la Vilela, distante y cautelosa, se encuentra una fortaleza que jamás llegó a ser conquistada.

Corría el año 714 cuando un antiguo castillo fue arrasado por las huestes musulmanas bajo el mando de Muza; casi un siglo y medio después, tras la expulsión de los pobladores islámicos de las tierras de Galicia y León en las primeras victorias de la Reconquista, se reconstruye una fortaleza que mucha historia habría de presenciar.

El Conde Gatón, originario de Triacastela, se casó con la hermana del rey Ordoño y se convirtió en su hombre de confianza para el control de Galicia, siendo así el fundador del nuevo castillo al que confirió el nombre de su propio hijo: Sarracino Gatónez.

Pasaron los años y el propio Sarracino unido a Hermenegildo Pérez, hijo del Conde Theon, protagonizó una rebelión contra Alfonso III, hijo del rey Ordoño, y éste, para frenar cualquier posible nueva intentona de independencia para aquellos territorios, optó por dividir el reino entre sus tres hijos, dando lugar al nacimiento, bajo el reinado de García I, del Reino de León.

Han pasado ya once siglos desde aquel momento… 1100 años… y probablemente durante el siglo XIII el mismo castillo estuvo bajo el dominio templario como lo estuvieron los castillos de Ponferrada y de Cornatel, ya que a sus pies discurre el Camino de Santiago; pero cómo son las cosas que, tras la desaparición de la Orden del Temple, el castillo pasa a manos de los Valcarce y el Camino queda desatendido, y, sin protección para los peregrinos, el Camino de montaña hacia el Apóstol Santo sufre su declive.

Los años discurren y la vida de las personas con ellos, dejando tras de sí huellas de sus emociones, pensamientos y acciones que sólo el tiempo puede borrar si quienes moramos en esta tierra no cuidamos, con especial mimo, un patrimonio que forma parte de la historia del mundo, de la historia de Europa, de la historia de España y de León… que forma parte de nuestra historia.

Cuando recorra el Camino en su tramo final por la provincia de León, prometo, querido Castillo, levantar mi vista hacia a ti y dirigirte una sonrisa cómplice. Aunque sea de lejos, yo te cuido.

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La morada de Don Suero de Quiñones

Castillo de los Quiñones en Villanueva de Jamuz

Castillo de los Quiñones en Villanueva de Jamuz

¡Cuántas vueltas da la vida! ¿verdad? A veces parece mentira  que las cosas cambien tanto para, al final, volver al mismo punto de partida…

La vida tiene esas cosas, y la historia también.

Hay un lugar, al sur de la provincia de León, que también fue patrimonio de los Quiñones, un lugar que fue la capital del Concejo de Valdejamuz, un lugar que fue el centro de las discordias familiares entre hermanos y primos, una discordia que la ambición no permitió diluirse con el paso de los años, hasta que algo más de un centenar de años más tarde ocurrió algo que lo retornaría a su punto de partida.

En una época medieval en que los reyes de León repoblaban los territorios reconquistados, nació una Villa cuyo primer señor, allá por el siglo XI, fue Rapinato Ectaz.

Han pasado ya casi mil años y han cambiado tantas cosas en un milenio…

Un siglo más tarde, el mismo sitio pasó a manos de un noble leonés de gran peso en la corte, don Gutierre Vermúdez, por lo que fue rebautizada con el nombre de Villanueva de Don Gutierre, y tiempo más tarde: Villanueva de Simón Sánchez…

Alianzas, matrimonios, familias civiles… hasta que el devenir de la historia lo llegó a manos de un tal Diego Fernández de Quiñones, «El de la Buena Fortuna».

Don Diego fue uno de los nobles más poderosos del reinado de Juan II de Castilla y fundó cuatro mayorazgos: uno para cada uno de sus descendientes; mas el destino truncó sus planes, y la muerte le arrebató dos hijos, de modo que finalmente su legado quedó repartido en dos: el de Pedro Suárez de Quiñones, que daría lugar a la conocida estirpe de los Quiñones-Condes de Luna; y el de su hermano Suero de Quiñones.

Don Suero de Quiñones, tras su hazaña en el puente de Hospital de Órbigo, recibió el Mayorazgo de Valdejamuz y asentó su morada en el palacio de la Villa. A la muerte de Don Suero, toma las riendas del Mayorazgo su hijo Diego de Quiñones y Tovar, y aquí, para desgracia de muchos, empieza una serie de conflictos sin fin motivados por la ambición sin límite de los Condes de Luna, ya que su propio primo pretendía arrebatarle diversos concejos norteños que le pertenecían por derecho de heredad.

Llegó hasta tal punto el constante abuso y asedio de la rama de los Luna, que incluso los Reyes Católicos tuvieron que mediar para intentar solventar el dilema, mas de mucho no habría de servir, ya que, a pesar de algún escueto periodo de guerra fría, la paz verdadera no llegaría nunca a reinar en la zona.

¡Cuántas vueltas da la vida! Don Diego muere, le sucede el segundo Diego de la dinastía y las rencillas continúan y se acentúan cuando éste fallece y deja a su hijo Suero de Quiñones II como sucesor. A pesar de ser tan joven y de lo mucho que habría de luchar para conseguirlo, la vida le dará la razón y Villanueva de Jamuz y su castillo serán de su propiedad, pero al morir, tras varios matrimonios sin descendencia… la Villa y su fortaleza, finalmente, caerán en poder de sus particulares hienas, que nunca dejaron a sus auténticos señores disfrutar de su querida Villanueva.

Don Suero de Quiñones fue heredero legítimo, fue el primogénito de una estirpe que finalizaría sus andanzas por esta tierra, casi siglo y medio más tarde, gobernada por un hombre con el mismo nombre que aquel que la vio crecer y luchar a su lado: Don Suero de Quiñones II.

Han pasado los siglos, el poder de aquella familia ha quedado diluido en el discurrir del tiempo, mas las huellas de sus aventuras y desventuras han quedado marcadas en la geografía leonesa, dejando, como vestigio último aquel poderío, el Castillo de Villanueva de Jamuz.

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La fortaleza de la discordia

Fortaleza medieval del Castillo de Cornatel, en la zona del Bierzo, en la provincia de León.

El Castillo de Cornatel

En un lugar al noroeste de la meseta central, a sólo un paso de la marina Asturias y la mágica Galicia, se encuentra un sitio envuelto en una rusticidad anacrónica e invariable.

Una fría mañana de primavera, entre la niebla matutina, se adivina, sobre el promontorio, la silueta de una fortaleza que remonta sus orígenes más allá de lo que la memoria de los más ancianos es capaz de recordar…

Sobre un acantilado a cuyos pies discurre el arroyo Rioferreiros, altivo, soberbio, con aspecto arrogante y desdén en su mirada, sobrevive, como si el Feudalismo no hubiera llegado a su fin, aquel que resistió el ataque enfurecido de la Revuelta Irmandiña: el entonces Castillo de Ulver.

No lejos de las minas auríferas más importantes de la Roma Imperial, tuvo origen un asentamiento militar que desde las alturas dominaba la panorámica… mas el castro originario cayó en el olvido hasta que, remontados a la España cristiana del Medievo, en tiempos de Reconquista, aparece de nuevo el mismo lugar, el mismo promontorio, esta vez como mirador señorial reconvertido en castillo.

Cuenta la historia, que entre sus muros vivió el Conde Munio Muñiz y que su hija llegó a ser una de las amantes del rey Afonso VI de León, de cuya relación nacerían dos niñas, una de las cuales llegaría a ser la madre del primer rey de Portugal…

Allá por el siglo XIII, el castillo llegará a ser patrimonio de la Orden de los Caballeros Templarios, mas tras su disolución, volverá a manos de la nobleza, pasando a ser propiedad de la familia Osorio…

La familia Osorio… una familia debería ser un lugar en el que las personas se quieran y se respeten, un hogar debería ser el lugar en el que crecer y compartir, en el que hacerse más y mejor persona a pesar de las pequeñas disputas que la convivencia produce… pero no siempre es así, a veces es todo lo contrario.

Alvar Núñez Osorio fue el primer Osorio del Castillo de Cornatel, desposeído posteriormente del mismo, pasó de nuevo a su familia sesenta y un años más tarde, cuando Pedro Álvarez de Osorio, el abuelo del futuro Conde de Lemos, se hizo con él.

Comienzan aquí historias de intrigas y traiciones que llevarán a generaciones posteriores a lidiar por el castillo en un conflicto sucesorio en el que quedaría a manos de uno de sus descendientes bajo el asedio y acoso constante de otro, hasta el punto en el que los Reyes Católicos tuvieron que mediar para intentar conseguir una paz que realmente nunca llegaría.

¿Qué nos diría el Castillo de Cornatel si sus muros hablasen? tiempos de Reconquista, luchas familiares, ataque enfurecido de campesinos vasallos hartos de tanta opresión, crueldad, feudalismo, odios, rencores… nos hablarían de tantas cosas… soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza… pero sus muros no hablan, y mientras tanto, el castillo sigue allá arriba, como si entre sus almenas todavía asomase, de vez en cuando, la cabeza de un centinela montando guardia en el interior de su muralla.

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El Castillo de las Américas

Castillo de Grajal de Campos en la provincia de León

Castillo de Grajal de Campos

A finales de la Edad Media tres carabelas dejaron atrás Palos de la Frontera, en la andaluza Huelva, y cruzaron el océano en busca de un continente que no encontrarían…

Aquel mismo año, los judíos fueron expulsados de la Península Ibérica dando origen a una población sefardí que sigue sobreviviendo a pesar de los más de cinco siglos que la separan de la patria que la expulsó… 1492 fue también el año en el que finalmente la Reconquista llegó a su fin, y poco después, unos reyes fueron coronados con un nombre que les daría fama a través de los tiempos: Los Reyes Católicos.

Tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando, y en una época de tanta riqueza convertida en oro y de tanto poder centralizado, hubo un hombre que reunió multitud de títulos: fue Comendador de la Encomienda Mayor de Castilla de la Orden de Santiago; fue presidente del Consejo de Órdenes Militares; fue custodio de las Torres de León por orden del Rey, y hasta llegó a ser Jefe de la Milicia de la Orden de Santiago, la Guardia de Fernando el Católico, y… ¿quién fue este personaje? Hernando de Vega.

En un momento a caballo entre la Edad Media y la Edad Moderna, en un reino en el que la riqueza procedente del Nuevo Continente corría a raudales por los ríos del poder, un personaje de tan alto nivel debía cobijarse en un lugar que hiciera honor a sus continuos devaneos con el poder, y fue así como, a principios del siglo XVI, se alzó en un lugar al sur de León, una fortificación de carácter militar con todo tipo de ornamentos y detalles preparados para afrontar cualquier tipo de escaramuza o icono de lucha que intentara cualquier posible ataque enemigo.

Como todo castillo de la más pura novela medieval, la fortaleza construida tenía fosos y torre de vigilancia, emplazamiento para situar la artillería, lugares en los que utilizar las cerbatanas, sitios desde los que lanzar proyectiles,… no en vano, el señor de la fortaleza participó en la administración de América y ejerció como Corregidor.

Allí, en Grajal de Campos, en una localidad llena de historia desde que el Imperio Romano extendiera sus redes por la Península, en un pueblo que volvió a tener vida tras su repoblación con gentes de origen mozárabe, en un lugar que fue testigo de luchas de poder entre hermanos, un sitio que sufrió el acoso de Almanzor y que el Camino de Santiago ha recorrido desde siempre, todavía se alza el primer Castillo artillero de España.

Parece sacado de una película, parece el escenario de una novela histórica, y yo creo que lo es, porque los muros que lo forman han visto pasar frente a sus piedras mil y una historias e intrigas que ni siquiera soy capaz de imaginar, de mil y un personajes que han desfilado frente a ellas… y todavía siguen obsevando, alcahuetas, los embrollos, secretos y derrotas de las gentes, y ¿sabes qué? que ahora voy a ser yo la que las observe a ellas prisioneras en sus muros, ahora voy a ser yo la que se sumerja en la época de los Reyes Católicos contemplando la ingeniería de una fortaleza preparada para una guerra medieval, en una época de paz moderna.

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El Castillo de los Bazán

Castillo de Palacios de la Valduerna

Castillo de Palacios de la Valduerna

¿Te gustan las historias de intriga? historias de idas y venidas, de amores, odios y rencores, luchas de poder, traiciones, venganzas, ambiciones… a mí, en realidad, me gustan más las historias que cuentan cosas maravillosas de mundos lejanos en los que la realidad se entrelaza con la fantasía y las gentes viven en paz y armonía entre ellas… pero la historia que te voy a contar hoy se encuentra escrita, sin palabra alguna, en los muros, las torres, las iglesias y los muros de una Villa que remonta su origen a plena Edad Media.

En el mismo siglo en que se produjo la creación del Reino de León, el monarca leonés Alfonso V construyó un palacio como residencia de verano en un lugar que pasaría a ser conocido como Palacios del Rey.

Dos siglos más tarde, pasó de manos de la realeza a propiedad del monasterio de Montes y un tiempo después, a ser señorío convirtiéndose entonces en Palacios de Valduerna.

La estirpe de los Bazán construye en ese momento un castillo que  facilite el dominio de sus tierras… un castillo de cuatro torres, una de ellas para la vivienda de los vizcondes… y en el exterior, una muralla… pero cuenta la historia, que a mediados del siglo XV, una multitud enfurecida asalta la Villa destrozando a su paso la cerca que rodeaba la fortaleza, y en el trasfondo del ataque, una lucha de poder entre titanes de la nobleza leonesa: los Bazán y los Osorio, que muy probablemente instigaron a la sublevación…

Los años fueron pasando y al señor feudal se le ocurrió la idea de fundar un convento en sus tierras y la villa fue adquiriendo cada vez adquirió mayor relieve comercial, y hasta llegaron a haber tres castillos en sus tierras…

Feudalismo… toda una forma de vida ya perdida en el Medievo… con señores que oprimían al pueblo con sus desaires y caprichos, con siervos que debían obediencia a sus señores…

A veces, lo más bonito de la historia es que es eso: historia, algo que ya pasó, algo de lo que se puede aprender, porque nada de este mundo es absolutamente bueno o absolutamente malo, todo tiene sus luces y sus sombras, y la Edad Media y el Feudalismo tiene muchas sombras, pero también tiene luces, luces como la luz que irradia la fortaleza del vizconde que todavía se mantiene en pie y sin maquillar, resistiendo, luchando con sus últimas fuerzas contra el azote del olvido y los siglos.

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La Villa de los marineros

Mi mágico León: Puente de la Vizana en Alija del Infantado, León.

Haciendo historia

A orillas del río Órbigo, en la zona más meridional de la provincia, está la tierra leonesa de los marineros de agua salada.

Corría el año 1492 cuando un genovés confundía las Indias con un nuevo continente: América. Comienza entonces la historia marinera del pueblo de interior que más marineros ha aportado a la Marina Española.

Situado en la antigua Vía de la Plata, camino de romanos, trashumantes y peregrinos, Alija del Infantado ha sido desde antaño un lugar de idas y venidas, de llegadas y partidas, de animales y pastores, laicos y religiosos, soldados, nobles, comerciantes y gente de a pie, que por uno u otro motivo atravesaban sus tierras dejando su particular huella en la esencia de sus edificaciones, iglesias, hospitales y casas…

Atraviesa sus tierras la Cañada Real Leonesa de la Mesta que tantas veces fue recorrida por los pastores procedentes de tierras extremeñas en su camino hacia las alturas de Babia y todavía resuenan los ecos del balar de las merinas en su paso por las llanuras y de los ladridos de sus guardianes mastines…

Todavía se puede intuir el trasiego del Camino de Santiago en lo que fueron sus cuatro hospitales de peregrinos… y ya no están, tan sólo una Cruz del Peregrino atestigua en soledad el discurrir constante de miles de almas que durante centenares de años caminaron en su ruta jacobea… y en sus tierras, todavía queda el testimonio de lo que, según cuenta la tradición, remonta sus orígenes a la Orden del Temple, la iglesia de San Esteban a la que el paso del tiempo y  las inclemencias de la historia dio un nuevo barniz con un aspecto diferente al originario.

Y hablan sus monumentos de una Villa cargada de historia a través de los tiempos, desde la Antigua Roma con sus fuentes y sus puentes; hasta el medievo más puro con su castillo amurallado.

Podría hablar mil y una horas de la belleza de los mares terrestres que envuelven la historia hecha monumento en cada uno de sus vestigios y piedras, pero por más que lo hiciera, jamás podría hacerte llegar a sentir lo que se siente cuando permites que la llanura inunde con su vida serena tus momentos y recorres los muchos rincones descubiertos que en Alija se pueden redescubrir.

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En el cerro de Coyanza

El Castillo de Coyanza

El Castillo de Coyanza

En la lejanía del tiempo, enraizada en los siglos anteriores a nuestra era, comienza la historia de una villa que cambiará su nombre hasta convertirse en la Villa del infante Juan.

Los vacceos, aquella etnia celta que vivió en la Meseta Norte en la misma época en que los tartesos habitaban el sur de la Península Ibérica, habitaron tierras junto a la ribera del río Esla y establerieron lo que será llamado la Ruta del Estaño, aquello que la imperial Roma convertirá después en la Vía de la Plata.

Allí, sobre el promontorio que domina la ciudad en la Vega del Esla, se alza el nuevo castillo, construido sobre aquel que sucumbió ante las huestes musulmanas en el ataque de Almanzor, en su avance hacia territorio cristiano allá por el siglo X.

El castillo de los Acuña se alza, hermoso, terso y limpio, dominando el paisaje de llanuras que envuelve la ribera del río Esla en su descenso hacia el Duero, con aquel color pálido cremoso, y parece haber sido esculpido en roca y puesto sobre la altura para que la mente divague al contemplarlo entre historias medievales sin contar: tal vez una princesa asomando por alguna de sus escuetas ventanas, o bien un par de soldados montando guardia en alguna de sus torres… esas torres cuyas cimas parecen manos extendidas al cielo, como si con sus almenas, con sus dedos quisieran acariciar el azul del firmamento… y parece la fortaleza un castillo de juguete que alguien hizo a tamaño real guardando el más mínimo detalle, labrando en sus muros los escudos que atestiguan su noble pasado, dibujando las redondeces de sus torres, con la muralla rodeando lo que fuera la Villa medieval… mas ha pasado el tiempo y sus cicatrices han hecho mella en la grandeza del Castillo de Coyanza… pero no importa, no importa, porque cuando miras directamente la belleza antigua de las arrugas en su piel, cuando ves los surcos que los años han labrado en su faz, descubres el encanto de una historia vivida, de una vida experimentada, con batallas, victorias y derrotas, con alegrías y penas, con el olvido y la alegría del reencuentro…

El color a trigo de cada uno de los muros de aquella fortaleza, recuerda, con el orgullo de una dama elegante y serena, la gloria de la que fuera conocida como Coyanza, Valencia de León, Valencia de Campos, y finalmente, ya adentrados en el siglo XIII, Valencia de Don Juan en honor al primer duque de la Villa: el infante Don Juan de Portugal.

El Castillo de Coyanza es uno de esos lugares que merece ser visitado simple y llanamente por el placer de viajar en el tiempo sin moverse del siglo XXI.

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