Con el sabor eterno de las mantecadas y las roscas de sartén, aparece la imagen nítida y sonriente de la dama de las bienvenidas… una sonrisa se dibuja en el rostro y las lágrimas escapan desde las profundidades del corazón…
Tras aquella puerta, tras aquella ventana que da a la cocina, o a la carretera, según se mire, siempre hubo unas palabras amables y cariñosas, curiosas, agradables, y unas sillas, y un escaño sobre el que descansar las preocupaciones y disfrutar de la sensación maravillosa de estar en familia.
En aquella pequeña tierra a la vera del Esla, en aquel pequeño pueblo que algunos llaman Villacidayo y otros damos en llamar Cavite, siempre hubo una mirada azul como el cielo, llena de ternura, de bondad, y de esa sencillez entrañable que hace de la tranquilidad, su manera de vivir.
Ojos, tus preciosos ojos azules que ninguno sacó, ¿verdad?…
Sonrío, sonrío porque la inmensidad del cielo, la profundidad del mar, siempre estuvo en la intensidad de tu mirada, y allí, en lo profundo, en lo escondido, en lo secreto, donde se guardan las verdades absolutas, donde se reconocen los errores, donde se esconden los temores, las pasiones y las cuentas pendientes, allí, siempre estarás tú, adornando los senderos de la misma vida que has adornado con tu presencia.
Siempre estarás en los copos de nieve cayendo sobre los montes; en cada mariposa surcando los campos, en primavera, en verano; en las cigüeñas llegando por San Blas, en las estrellas recorriendo el firmamento…
Aquellas mismas estrellas en las que ahora moras, las que, como antes, como ahora, como siempre, iluminan los sueños en la oscuridad del firmamento, aquellas que volveremos a divisar, recorriendo los senderos celestiales desde la atalaya terrestre de tu querido Villacidayo, en la tierra maravillosa de Mi mágico León.