Poco a poco, con la suavidad de una pluma al deslizarse sobre la piel, cae la nieve, copo a copo, lentamente, cubriendo el paisaje, los sueños, los recuerdos, con el dulce frío de un aroma cargado de emociones…
Sensaciones intensas que huelen a tardes junto a la lumbre, en la cocina, en el pueblo, a charlas de cosas de antes, con el murmullo sordo del televisor de fondo, y el peso del día cayendo sobre los cuerpos…
El blanco inunda con su magia navideña una estación que no le corresponde, y entonces, desde el corazón de las alturas celestiales, resurge una fuerza dormida en el corazón de la tierra, y así, se unen el más allá con el más acá, y todo adquiere una nueva dimensión, entre el frío y la expectación, entre estampas extraídas de cuentos de hadas que en algún momento se hicieron realidad, o se me antoja pensar que siempre fueron reales y a algún incauto se le ocurrió pensar que eran una ensoñación fantasiosa…
Y mirando allí, a lo lejos, se dibuja el Puerto de Panderrueda, y lo imposible se torna posible, y ya no hay miedo, solo alegría y buenas ideas, ilusiones que se funden en la nieve y se hacen parte de ella, y entonces, cuando esa misma nieve lo ha cubierto todo, la realidad se impone, la verdad sale a la luz, y la pureza de las cosas bellas brilla por sí misma.
Ha nevado, una vez más ha nevado, como antes, como ahora, como siempre… ha nevado y los dominios de León han vuelto a vestirse de gala con su vestido blanco, y las personas han vuelto a descubrir que el tesón y la perseverancia pintan el paisaje más agreste, con la suavidad más delicada.