Es el valor de las pequeñas cosas, de aquellas que siempre valoramos, y ahora seguimos valorando.
Es el valor de una mirada, de un paseo por el campo, con los pájaros cantando no se sabe dónde, pero cantando, llenando la primavera con sus voces pizpiretas y coloreadas, acompañando el florecer de los capullos, y el blanco, rosa, violeta, azul… de las copas de los árboles, de los salteados de los prados….de la vida.
Feliz, soy feliz, por saberte llenando el mundo de alegría, querida primavera, y a los corzos y las perdices desperdigarse por los campos y los montes… Feliz por saberte viva y resplandeciente, valiente y aguerrida, ¿miedo? ¿quién dijo miedo? quizá precaución, pero miedo… miedo no.
Sentada en mi atalaya, divisando un paisaje lleno de recuerdos e ilusiones, aparece un horizonte gris y blanco, salpicando Peña Corada con las nubes de ese cielo limpio.
Sentada en mi atalaya, veo los tejados de ese pueblo, el mío, el tuyo, el que espera tranquilamente volver a ser recorrido por niños en bicicleta y voces cantando, por olores a comida y el siseo de la sierra al chocar con la madera.
Sentada en mi atalaya, siento el viento acompañar mi quietud con su movimiento sereno y suave, peinando las huertas y las hierbas, los matorrales y los árboles, volando libre, como antes, como ahora, como siempre…
Porque la naturaleza es sabia, y siempre busca el equilibrio, porque el hombre es necio y se olvida de ello, porque en la variedad está el gusto, y en la sencillez de las pequeñas cosas, el placer de pasear por Cifuentes.