Hoy te voy a contar una de esas historias que merecen ser contadas, una de esas historias que narran como hay personas que hacen del mundo un lugar mejor por el simple hecho de existir…
Hoy te voy a contar la historia de Rosa, de Rosa y de Carmela, y de su madre y su abuela… y de sus tías… ¿quieres conocerla? allá voy:
En un lugar de León, en un rincón de la Maragatería, en un pueblín lleno del cariño de una ciudadana del mundo que se siente de muchos sitios y tiene el corazón repleto de Polvazares, hubo una vez una princesa que vestía de forma sencilla, como la tierra que envuelve el carisma encantador de Castrillo…
En Castrillo de los Polvazares, hace… poco, sí, hace poco, porque el amor es algo que nace del alma, y el alma viene de Dios, y para Dios el tiempo no es importante así que…
En Castrillo de los Polvazares, hubo una vez una princesa que se convirtió en reina y como tal, desposó al galante caballero don Felipe. Los reyes tuvieron una princesa, y la princesa se hizo mayor, también se casó y nacieron las infantas…
Una reina y un rey, y luego una princesa y un príncipe, y fruto de su amor, más niños… pero este cuento también tiene su tinte amargo, y con el último de los hijos, se fue la vida de la princesa…
¡Qué triste! ¿verdad? ¡y qué duro! triste y duro, duro y difícil, como la vida misma…
Pero esta historia tiene un final feliz: la reina Rosa, lejos de hundirse en la tristeza y la desidia, sacó fuerzas de flaqueza y convirtió la pena y el dolor en amor, y con ese amor alimentó el alma de sus pequeñas, las pequeñas de su niña, que se había ido para velar por sus retoños más allá del cuerpo que la tenía presa…
Los años pasaron, las infantas crecieron entre risas y juegos, trabajo y esfuerzo, al lado de una abuela y madre que siempre estuvo a su lado, y un día también se fue…
Se fue, y ahora, cuando recuerdan la mirada dulce de aquella dama de ropaje sencillo y alma esplendorosa, todavía una lágrima acude a sus ojos y una sonrisa a sus labios.
Rosa se reencontró con la niña de sus ojos, y mientras tanto vela por sus queridas nietas, y por una pequeña bisnieta que no llegó a sentir el calor de sus abrazos, pero se siente muy orgullosa de pertenecer a tan alta estirpe, y… todavía al mirar su foto, recuerda, como si lo hubiera vivido ella misma, a la monarca hilando a mano, como siempre lo hizo, desechando la rueca que sus nietas le compraron.