Archive for enero, 2010

Brota de la Tierra

Manantial La Jarda entre Cordiñanes y Caín

Manantial La Jarda entre Cordiñanes y Caín

¿Te he hablado alguna vez de uno de mis rincones favoritos? Yo creo que sí… tal vez, pero tengo tanto que contarte…

Este planeta en el que vivimos está plagado de hermosos lugares llenos de magia y misterio, llenos de encanto y serenidad, llenos de silencio y murmullos…

Podría contarte las emociones que me embargaron cuando divisé las Cataratas del Iguazú desde el lado argentino, podría explicarte cómo fue aquella puesta de sol en el Cabo Sunion de la Grecia peninsular, podría hablarte de aquellos amaneceres frente a aguas caribeñas en la lejana Cuba… pero hoy, esta vez, te voy a hablar de una mañana llena de luz y color en un rinconcito de mi querida España, esa España mía, esa España nuestra…

Rodeado de montañas y más montañas, de belleza singular y auténtica tradición, impregnado con el aroma de la naturaleza, se encuentra un valle jalonado de pueblos pequeños, muy pequeños… rincones en los que perderte y olvidar las preocupaciones que se pasean por la mente…

A un paso desde el gran Posada de Valdeón, hay un pueblito, Cordiñanes, que bien podría decirse es el Abel de este paraíso.

Abel, Cordiñanes, es aldea de buen corazón, y como tal, no guarda rencor a Caín, así que, como buen hermano que es, comparte con aquel una senda que les une con una maravilla plagada de verde y nieve, según la estación se encapriche.

Entre Caín y Cordiñanes hay amor, ese amor fraterno que une las almas de quienes han crecido juntos, y es ese mismo amor el que fluye desde el corazón de la tierra en forma de manantial.

Te encuentras en un valle alegre en el que se oyen cánticos de todo tipo: pájaros, agua, rebecos, el viento… y no puedes menos que sonreír y dejar que el sol, al que siempre le gustaste, acaricie tus mejillas con su cálida luz… y… el clamor del agua se hace más fuerte, y, de pronto, por sorpresa, aparece junto a la carretera el amor desbordado entre los hermanos, aparece La Jarda, justo antes de llegar a Caín… ¡qué bello!

En la cuenca amazónica de Ecuador hay un lugar, muy cerquita de Baños de Agua Santa, lleno de cascadas paradisíacas, de saltos de agua y humedades, y cerca, muy cerca, discurre con su inmenso caudal el Pastaza… es un espectáculo, y… en ese lugar del que te hablo, en mi valle, el río es más pequeño, es más… personal, parece que ha sido puesto allí para ti, el Cares… ¿sabes qué? León tiene algo que me hace sonreír: León te sorprende escondiendo su belleza montañesa en unos Picos de Europa que tienen tanto que descubrirte si les dejas…

Sonrío, sí, sonrío, porque yo, hace ya mucho, descubrí el misterio y la magia de la Creación, que en Cordiñanes, en Caín, en el Valle de Valdeón y su divina Garganta del Cares, tiene uno de sus más bellos exponentes, estoy deseando volver, si quieres acompañarme… estás invitado.

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El Castillo de las Américas

Castillo de Grajal de Campos en la provincia de León

Castillo de Grajal de Campos

A finales de la Edad Media tres carabelas dejaron atrás Palos de la Frontera, en la andaluza Huelva, y cruzaron el océano en busca de un continente que no encontrarían…

Aquel mismo año, los judíos fueron expulsados de la Península Ibérica dando origen a una población sefardí que sigue sobreviviendo a pesar de los más de cinco siglos que la separan de la patria que la expulsó… 1492 fue también el año en el que finalmente la Reconquista llegó a su fin, y poco después, unos reyes fueron coronados con un nombre que les daría fama a través de los tiempos: Los Reyes Católicos.

Tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando, y en una época de tanta riqueza convertida en oro y de tanto poder centralizado, hubo un hombre que reunió multitud de títulos: fue Comendador de la Encomienda Mayor de Castilla de la Orden de Santiago; fue presidente del Consejo de Órdenes Militares; fue custodio de las Torres de León por orden del Rey, y hasta llegó a ser Jefe de la Milicia de la Orden de Santiago, la Guardia de Fernando el Católico, y… ¿quién fue este personaje? Hernando de Vega.

En un momento a caballo entre la Edad Media y la Edad Moderna, en un reino en el que la riqueza procedente del Nuevo Continente corría a raudales por los ríos del poder, un personaje de tan alto nivel debía cobijarse en un lugar que hiciera honor a sus continuos devaneos con el poder, y fue así como, a principios del siglo XVI, se alzó en un lugar al sur de León, una fortificación de carácter militar con todo tipo de ornamentos y detalles preparados para afrontar cualquier tipo de escaramuza o icono de lucha que intentara cualquier posible ataque enemigo.

Como todo castillo de la más pura novela medieval, la fortaleza construida tenía fosos y torre de vigilancia, emplazamiento para situar la artillería, lugares en los que utilizar las cerbatanas, sitios desde los que lanzar proyectiles,… no en vano, el señor de la fortaleza participó en la administración de América y ejerció como Corregidor.

Allí, en Grajal de Campos, en una localidad llena de historia desde que el Imperio Romano extendiera sus redes por la Península, en un pueblo que volvió a tener vida tras su repoblación con gentes de origen mozárabe, en un lugar que fue testigo de luchas de poder entre hermanos, un sitio que sufrió el acoso de Almanzor y que el Camino de Santiago ha recorrido desde siempre, todavía se alza el primer Castillo artillero de España.

Parece sacado de una película, parece el escenario de una novela histórica, y yo creo que lo es, porque los muros que lo forman han visto pasar frente a sus piedras mil y una historias e intrigas que ni siquiera soy capaz de imaginar, de mil y un personajes que han desfilado frente a ellas… y todavía siguen obsevando, alcahuetas, los embrollos, secretos y derrotas de las gentes, y ¿sabes qué? que ahora voy a ser yo la que las observe a ellas prisioneras en sus muros, ahora voy a ser yo la que se sumerja en la época de los Reyes Católicos contemplando la ingeniería de una fortaleza preparada para una guerra medieval, en una época de paz moderna.

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El escuadrón del recuerdo

La belleza eterna de Riaño

La belleza eterna de Riaño

Sumergida en las profundidades del valle, asomada de vez en cuando bajo las aguas que cubren su cuerpo, se encuentra la historia de cientos y cientos de gentes que un día nacieron y vivieron en un valle lleno de hermosura milenaria, lleno de casas de humo y hórreos antiguos, iglesias de piedra y sacramentos, senderos, prados, ríos y tierra que un día fueron cubiertos con un manto de agua bajo el que yacen esperando ser redescubiertos algún día, cuando llegue su propio verano y la manta que los cubre destape la maravilla de lo que el tiempo no ha podido borrar con su húmeda esencia.

Sobre un alto, en un pueblo con tejados nuevos sobre casas nuevas, se contemplan las cimas escarpadas de unas montañas que quedaron petrificadas observando, atónitas, como la mano del ser humano creaba una nueva maravilla anegando otra mayor… y duermen en el lecho de aquel lago, Huelde y Salio, Anciles y Escaro, que se negó a morir en el olvido dejando un epitafio en forma de camposanto…

Allí, bajo las aguas, como si de una fantasía se tratase, se encuentra una Atlántida auténtica que asoma, de vez en cuando, en el campanario de una iglesia que en algún momento coronó el nido de una cigüeña…

Riaño… Riaño es el capitán de aquel escuadrón de pueblos  que sigue vivo incluso en la memoria de quienes no paseamos sus calles ni saboreamos sus olores. Riaño realizó una incursión en territorio hostil y se enfrentó a las pantanosas aguas de un embalse que ha cambiado el cauce de los ríos que llenan su barriga. Riaño se tomó una tregua, dejó su piel bajo el agua y mudó su esencia a las alturas, y en su ascensión desde el corazón del valle que le vio nacer, se llevó consigo el alma de La Puerta con las pinturas al fresco de su iglesia románica del XII, y con La Puerta se fue el espíritu de Pedrosa del Rey encarnado en el templo que tantos rezos y plegarias acogió.

Riaño, sobre una cima, contempla las aguas y planea una nueva estrategia para la Reconquista de su valle… Riaño se  ha inspirado en Don Pelayo y quiere seguir sus pasos aunque la batalla haya de durar centenares de años… y como soldados apostados frente al campamento base: Burón y Vegacerneja, heridos, mas no vencidos…

Han pasado los años y un mar de agua dulce adorna lo que antes adornó la vida serena y dura de unas gentes sencillas y luchadoras; un mar en el que poder navegar y disfrutar haciendo deporte, un mar en la montaña, pero… a pesar de su inmensa belleza, cuando contemplo el embalse de Riaño, no puedo menos que sentir cierta nostalgia por una vida que no viví pero que merecía estar allí, simple y llanamente, por derecho de antigüedad.

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La Capital del Valle

La belleza blanca de Posada de Valdeón

La belleza blanca de Posada de Valdeón

¡Qué bella es la Cordillera Cantábrica! ¿verdad? llena de cumbres eternas, de fauna salvaje, de verdes praderas, de ríos,…

Allí, en el medio de la nada, en el medio de todo, hay un lugar, un pueblecito rodeado de más pueblecitos, poblado de hórreos y gentes de montaña, con su antigua casa de humo y su ermita del siglo XVI, que sobrevive a la extinción con el espíritu fuerte y valiente que caracteriza el humor y el amor de la tierra de León en sus confines junto a la bella Asturias…

Allí, en el Valle de Valdeón, entre los macizos central y occidental de los Picos de Europa, atravesada de norte a sur por el alegre río Cares, se encuentra, humilde, sencilla y hermosa, Posada de Valdeón.

Algo más de dos milenios atrás, franqueada por los picos del Friero, Pambuches y Torres de Arestas, Posada era territorio celta, territorio vadiniense, y resistente como su pueblo, repelió la invasión romana y la musulmana… y cuenta la leyenda que el mítico Don Pelayo, el mago que dio vida a la gesta casi milenaria de la Reconquista, pudo nacer en tierras de Valdeón, siendo coronado en la ermita de la Corona tan sólo algunos kilómetros más allá…

Cierra los ojos y escucha atentamente los sonidos mágicos de la naturaleza que envuelve su pueblo… oye al viento ulular entre los resquicios de las rocas vecinas, escucha el rumor del agua al resbalarse corriente abajo por la garganta del Cares… siente el frío solemne de sus picos trasladarse hasta tus pulmones y llenarlos de pureza, de esa pureza que impregna el aire limpio de sus montañas… y cerca, junto a ti, ese acento tan auténtico de las gentes del valle… el olor a queso que te lleva hasta ese establecimiento pequeño que vende olores… ummm… el queso, las setas, la miel… todo tan natural, tan auténtico…

La carretera que lleva hasta allí es muy estrecha, mucho… ya conozco el Valle y el camino es difícil pero… ¡no me pierdo ese espectáculo por nada del mundo! Posada de Valdeón… ¡allá voy!

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En el Valle de San Pedro

Sabero y sus montañas

Sabero y sus montañas

Cierra los ojos y siente la suave brisa montañesa acariciando tu rostro… abre los ojos y te encontrarás en un precioso valle, rodeado de colores verdosos en verano y de un blanco virginal en invierno… un valle alumbrado por el azul intenso de su cielo y la maravilla natural que rodea sus pueblos y sus rincones.

Muy cerquita de Cistierna, hay un lugar lleno de historia antigua y moderna, un lugar generoso que ha compartido su riqueza con el ser humano desde hace cientos y cientos de años… la Villa de San Pedro Apóstol, se encuentra muy cerquita de la antigua Vadinia celta, muy cerquita de los rastros que los romanos dejaron tras de sí, muy cerquita de lo que fuera el castillo que dio nombre al Condado de Aguilar, muy cerquita de las minas que dieron trabajo a sus gentes, muy cerquita… muy cerquita de montones de cosas que descubrir, ¿sabes qué es lo último que descubrí yo de este pueblo? la ruta que utilizaban las gentes de antaño para llegar hasta allí desde Cistierna…

¿Llegar hasta allí? ¿hasta dónde? hasta Sabero, a través de las montañas… ¡qué bonito! yo conozco a alguien que nos puede llevar, ¿quién es? otro día te lo presento, que ahora voy a soñar un poquito con la nieve que envuelve, en esta época del año, la belleza callada del Valle de Sabero.

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El pueblo de San Juan

Las montañas que adornan Santibáñez de Rueda por Rubén Mediavilla

Las montañas que adornan Santibáñez de Rueda

Allá por el siglo I de nuestra era, hubo un hombre que tiempo después sería llamado el «Precursor».

Se llamaba Juan, era hijo de Zacarías e Isabel, y… ¿por qué ha sido siempre recordado? Por ser familia de aquel Hombre que cambió el curso de la historia del mundo para siempre…

Juan el Bautista, que así ha sido conocido desde hace siglos, es aquel que bautizó a Jesús de Nazaret en aguas del Jordán, y aquel que fue decapitado por orden de Herodes Antipas en la lejana Jordania. La noticia de su muerte se extendió como la pólvora por los confines del río Jordán, y con el comienzo de la Cristiandad, empezó a ser venerado, bajo diferentes advocaciones, como uno de los santos más grandes de la historia, una de ellas, la que haría honor a su muerte, será la de San Juan Degollado.

Miles de kilómetros de distancia separan Maqueronte, donde murió Juan, de León, pero allí, en un lugar al pie de las montañas, en la ribera del río Esla, hay un sitio, un pueblito, que le dedicó su propio nombre al hijo de Santa Isabel. Sancti Joannis, que así se llamaba el lugar, fue modificando su nombre y añadió un apellido hasta convertirse en el actual Santibáñez de Rueda.

Muchas son las historias que podrían contarse de Santibáñez, si las piedras hablaran… si las piedras hablaran contarían que Alfonso VI de León cedió la Villa a Doña Urraca en el siglo XI, que un siglo después perteneció el pueblo al importante condado de Aguilar, que fue parte del Concejo de Modino, que la Ruta Vadiniense del Camino de Santiago atraviesa sus calles… si las piedras hablaran, contarían muchas historias que aún desconocemos, y posiblemente nos contarían anécdotas relacionadas con sus fuentes y sus molinos, con las fiestas del pueblo, y con el aire fresco que recorre cada uno de sus rincones…

Las fiestas… ¡qué buenas son las fiestas! ¿a quién no le gustan? todavía sé de memoria el orden de las fiestas de los pueblos desde finales de julio, empezando por Gradefes, hasta finales de agosto, con Santibáñez.

¿Qué es lo que más me gusta de Santibáñez? Pues no lo sé… no sé si es el paisaje que lo envuelve con el río, las montañas, los árboles y las eras… o es más bien su gente… Es algo entrañable, ¿alguna vez has visto unos carnavales en agosto? allí puedes encontrar su sencillo y feliz concurso de disfraces lleno de risas y sonrisas y de postre, sardinada y chocolate con bizcochos… ¡qué rico! Luego, corriendo a casa a cenar que por la noche toca fiesta, así que coge la chaqueta y vamos a la era, bueno, o a la plaza, que hay que innovar… innovar… sí, ya no se ve el trío de tamborileros que tiempo atrás celebraba la onomástica con el bombo, el tambor y la dulzaina; ahora es el turno de la discoteca móvil, es algo muy auténtico, una de esas experiencias que hay que vivir para poder disfrutarla.

Es una forma curiosa de recordar a un hombre que murió degollado por defender su fe, pero es que… en Santibáñez es difícil estar triste, y como en el caso de San Juan Bailón y del famoso Tamborilero del villancico, a veces, la mejor ofrenda es bailar y tocar música.

Me han entrado ganas de fiesta, ¿nos vemos en Santibáñez? ¡Vamos! que seguro que ponen alguna rumba.

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El puente de la historia

Puente de Mercadillo sobre el río Esla, fotografía de Bruno Alonso

Puente de Mercadillo sobre el río Esla

  

Bajando la montaña, recorriendo la ladera del río Esla en su descenso desde las alturas, el agua deja la bella Cistierna tras de sí y se cuela entre los pilares que sustentan la maravilla romana del Puente de Mercadillo.  

Entre Vidanes y Modino, en un lugar rodeado de frescor y naturaleza viva donde las estaciones pintan de colores los tonos que envuelven el caudal del antiguo Astura, se encuentra una de esas pequeñas grandes maravillas que se mantienen en pie a pesar de los siglos.  

Cuántas veces habré pasado sobre él sin siquiera pensar que aquellas piedras tan bien ordenadas llevaban allí tanto tiempo… y es que… en un lugar recorrido por los peregrinos que, en la Edad Media, caminaban por la Ruta Vadiniense del Camino de Santiago con destino a Mansilla de las Mulas, ya había un monumento vivo desde antiguo, un monumento que llevaba ya un milenio viendo pasar gentes y más gentes con uno u otro ropaje, creencias, formas de vida… desde la antigüedad romana, desde que aquel imperio de conquistadores dejara atrás la lejana Península Itálica para adentrarse en nuestra querida Ibérica, el Puente de Mercadillo está ahí, porque fruto de la ingeniería romana, alguien decidió construir un puente que uniera las dos orillas del río, en la calzada que procedía de la astur-romana Lancia…  

Y centenares de años más tarde, junto a él se erguía la antigua hospedería de peregrinos de San Bernabé… Allí, en aquel lugar tranquilo y cercano a cuyo fondo las montañas se relajan adornando el paisaje…  

Siguen pasando los siglos… y por sus piedras siguen pasando las gentes, esta vez, gentes de campo y de ciudad, historiadores en busca de los vestigios que dejaron tras de sí los antiguos pobladores de la remota Vadinia, o curiosos buscando encontrar en sus cercanías las huellas de los romanos en el Hoyón de Yugueros,… los siglos siguen pasando y el puente sigue allí, como si fuera un diamante, bello e irrompible.

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Calzo madreñas

Las madreñas

Las madreñas

«Dos cosas tiene Boñar…» yo tenía diez años cuando doña Amalia pensó en mí para bailar en la fiesta de Cifuentes, y cuando sonó la música se oyó una canción que decía.. «que cuando llueve, lereré, calzo madreñas…» y yo pensé: -«¡anda, madreñas!»- ¿no sabes qué son las madreñas? las madreñas son un tipo de zueco de madera con tres tacos en la suela: dos delante y uno detrás.

Mientras pegaba saltitos al son de la música bailando la jota, imaginaba la historia de aquella muchacha que por bailar, y no bailó, a la romería fue, y encima, perdió la cinta del pelo… pobrecina… y me la imaginaba dando saltos de peña en peña con las madreñas…

Aquella fue la primera vez que fuí consciente de que existía un lugar llamado Boñar que tenía dos cosas que no tiene León: el maragato en la torre y en la plaza el negrillón… y digo tenía porque hace ya tres décadas una enfermedad acabó con su salud, pero allí sigue su tronco, disimulando, como si no hubiera pasado nada…

Maragato… ¿qué es el maragato? suena raro ¿verdad? a mí me sonaba a algo mágico, me imaginaba… ¿un animal? tal vez… no sabía lo que era, pero imaginaba algo muy bonito sobre una torre… y… ¿sabes qué es? un paisano, sí, un hombre de campo vestido con traje regional.

Un tiempo más tarde descubrí que Boñar es mucho más que un maragato, mucho más que un árbol en una plaza… Boñar es… ¿quieres descubrirlo? Pues vamos al norte de León, a un lugar rodeado de montañas, y lo descubrimos juntos.

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El músico de las alturas

El escenario de una sinfonía

El escenario de la sinfonía

Cuando pienso en León, ineludiblemente pienso en el pueblo, en Cifuentes de Rueda, mi Cifuentes, en su iglesia y su Puerto, aunque no tiene mar, en la cuesta y en mi Paseo de los Abedules particular, y… pienso en mi gente, aquella gente a la que quiero y que la distancia del cuerpo no ha de separar del alma…

Cifuentes tiene muchas cosas bonitas, qué os voy a decir yo, ¿verdad? pero es que es verdad: tiene en sus calles el recuerdo de mis idas y venidas en bici hasta el caño, mis paseos hasta Allá Abajo, esas puestas de sol que se ven desde el depósito en verano, tiene… tiene la huerta con esas pequeñas hormigas rojas que tan mala leche tienen cuando te pican; tiene, todavía tiene las vacas que hace años sembraban boñicas por todo el pueblo de camino a la cuadra cuando volvían de pacer en el Puerto… y tiene… ¿sabes qué es lo que tiene que no se ve? Música…

Cifuentes tiene música… cada domingo, a eso de las once y media se oye un eco que recorre cada rincón del pueblo… ton… ton… ton… tolón tolón… ton… ton… alegres, solemnes, las campanas tocan a misa, pero disimulan, porque las oyes tocar y parece que sólo se sepan una canción, y no es así, también saben tocar a quema, por ejemplo… ¿no te lo había contado? sí, si alguna vez ocurre algún incendio en el pueblo, las campanas claman a los cuatro vientos pidiendo auxilio, y los vecinos acuden apresurados al rescate contra el fuego…

Podría hablarte de muchas cosas de mi Cifuentes, pero esta vez, te voy a hablar de algo muy concreto y personal: una vez, hace ya mucho tiempo, alguien me dejó que le acompañara, y… ¿dónde fuimos? subimos la estrecha escalera de la espadaña y fuimos… ¡al campanario! sí, al campanario de la iglesia, y yo, desde mi pequeña estatura veía el tamaño inmenso de las campanas… y estaban allí, gordas, pesadas, contentas y ágiles, muy ágiles, parecían jóvenes y ya son viejas, pero si vieras cómo bailaban… y cantaban, también cantaban… con una voz fuerte y brillante, con su tono ancestral y elegante… bamboleadas al son que marca la tradición… dirigidas por la batuta de las manos de su director de orquesta… y todavía cantan… pero a veces, cuando las escuchas con detenimiento, puedes oír, como un leve lamento, la tristeza que yace en el fondo del canto de aquellas damas de metal que añoran las manos de su maestro, de su músico… añoran las caricias y la suavidad firme de unas manos, que ahora, en forma etérea, siguen tocando, como si el tiempo no hubiera pasado, la sinfonía que inunda las calles y las tierras de Cifuentes.

Quiero dedicar este relato a alguien que se fue y sigue estando aquí, a mi tío Alberto, el músico de las alturas.

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El Castillo de los Bazán

Castillo de Palacios de la Valduerna

Castillo de Palacios de la Valduerna

¿Te gustan las historias de intriga? historias de idas y venidas, de amores, odios y rencores, luchas de poder, traiciones, venganzas, ambiciones… a mí, en realidad, me gustan más las historias que cuentan cosas maravillosas de mundos lejanos en los que la realidad se entrelaza con la fantasía y las gentes viven en paz y armonía entre ellas… pero la historia que te voy a contar hoy se encuentra escrita, sin palabra alguna, en los muros, las torres, las iglesias y los muros de una Villa que remonta su origen a plena Edad Media.

En el mismo siglo en que se produjo la creación del Reino de León, el monarca leonés Alfonso V construyó un palacio como residencia de verano en un lugar que pasaría a ser conocido como Palacios del Rey.

Dos siglos más tarde, pasó de manos de la realeza a propiedad del monasterio de Montes y un tiempo después, a ser señorío convirtiéndose entonces en Palacios de Valduerna.

La estirpe de los Bazán construye en ese momento un castillo que  facilite el dominio de sus tierras… un castillo de cuatro torres, una de ellas para la vivienda de los vizcondes… y en el exterior, una muralla… pero cuenta la historia, que a mediados del siglo XV, una multitud enfurecida asalta la Villa destrozando a su paso la cerca que rodeaba la fortaleza, y en el trasfondo del ataque, una lucha de poder entre titanes de la nobleza leonesa: los Bazán y los Osorio, que muy probablemente instigaron a la sublevación…

Los años fueron pasando y al señor feudal se le ocurrió la idea de fundar un convento en sus tierras y la villa fue adquiriendo cada vez adquirió mayor relieve comercial, y hasta llegaron a haber tres castillos en sus tierras…

Feudalismo… toda una forma de vida ya perdida en el Medievo… con señores que oprimían al pueblo con sus desaires y caprichos, con siervos que debían obediencia a sus señores…

A veces, lo más bonito de la historia es que es eso: historia, algo que ya pasó, algo de lo que se puede aprender, porque nada de este mundo es absolutamente bueno o absolutamente malo, todo tiene sus luces y sus sombras, y la Edad Media y el Feudalismo tiene muchas sombras, pero también tiene luces, luces como la luz que irradia la fortaleza del vizconde que todavía se mantiene en pie y sin maquillar, resistiendo, luchando con sus últimas fuerzas contra el azote del olvido y los siglos.

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