La grandeza de lo pequeño
Había pasado muchas veces por allí contemplando desde la carretera la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, hasta que un día, nos detuvimos en Villarmún y fuimos a visitar a Félix.
Mientras mi padre hablaba con su querido amigo de la mili, yo me distraía escuchando su conversación y sus risas, mirando furtivamente la pequeña iglesia. Cuando volvimos al coche, le pregunté por ella y me contó que se trataba de una iglesia muy importante del siglo XII, tal y como reza el cartel a la entrada del pueblo.
Como ocurrió con San Miguel de Escalada, en aquella ocasión tampoco podía dar crédito al poco caso que se le hacía a aquella construcción tan antigua y que transmite tanto con sólo mirarla, y un tiempo más tarde, decidí sumergirme en el mar de la historia y buscar, indagar, observar y descubrir lo que Villarmún te enseña en cada uno de los detalles que adornan la majestuosidad del románico escondida en una aparente sencillez.
La pequeña construcción combina con naturalidad elementos de estilos tan diferentes como el visigodo y el mozárabe, el románico y el gótico. En ella perduran restos del siglo X, cuando perteneció al vecino monasterio benedictino de San Pedro de Eslonza.
Retrocediendo en el tiempo algo más de un milenio, nos vemos transportados a un mundo de señores feudales, de abadías y fieles que debían obediencia a sus señores, y así, próximos en distancia y coetáneos en tiempo, se encuentran las huellas de los monasterios de San Miguel de Escalada y San Pedro de Eslonza, ambos reconocidos en documentos que datan del año 913… No es difícil imaginar cómo debía ser la vida de quienes poblaron sus tierras con la simple visión del terreno que envuelve sus piedras y los detalles que ellas mismas desvelan.
La iglesia de Villarmún pertenecía al monasterio de San Pedro de Eslonza, apenas tres kilómetros más allá, por lo que sus dimensiones nunca fueron extremadamente grandes, pero es precisamente esa pequeñez la que acumula testimonios sin igual de escultores, arquitectos, pintores y fieles que regalaron su arte a las generaciones venideras sin ni siquiera sospechar que ahora seríamos nosotros quienes podríamos deleitarnos con su talento; y así, recorriendo la geografía de la pequeña iglesia, encontramos en su interior la antigüedad de un arco de herradura irregular de clara influencia mozárabe, sosteniéndolo, dos columnas coronadas por sendos capiteles que no debemos pasar por alto, y sobre el arco, impregnando la pared, un fresco que fue descubierto en la última restauración y aún no ha sido datado.
«Los pequeños detalles marcan las grandes diferencias», me dijo alguien una vez, y es cierto, muy cierto, porque… si prestas atención y fijas tu mirada en los capiteles de las columnas del interior de la iglesia, descubrirás motivos vegetales en una de ellas y curiosos animales mitológicos esculpidos en relieve: una arpía o sirena que corresponde a una mujer con cuerpo de ave; un grifo, con cabeza, pico y alas de águila y cuerpo de león; y un basiliso que difícilmente se llega a diferenciar con claridad.
Al fondo, subiendo tres pequeños escalones, tras el arco de herradura, la capilla, y en ella un retablo del posterior barroco.
Este pequeño lugar esconde más de lo que parece… oculto tras el retablo, el ventanal de óculo en el que se encontraba una hermosa lámina circular labrada por una cruz paté rodeada de cuatro hélices. La cruz paté, tan usada por los monjes templarios, permitía a los rayos del sol penetrar en el interior de la iglesia desde su salida hasta las primeras horas de la tarde, proyectando sobre el fondo de la misma, la señal de cristiano. Aunque ha cambiado su ubicación, todavía podemos encontrar la lámina de piedra labrada por la cruz en el interior.
La primera vez que me acerqué a contemplar la iglesia de Villarmún, desconocía toda esta información, y lo cierto es que no entré, así que no pude imaginar lo que todavía tenía que descubrir, pero desde el exterior, discreta sobre la colina que se alza como atalaya junto a la carretera, también muestra lo singular de sus detalles sin hacer especial alarde de ello.
Si te paras a observar de cerca los modillones y canecillos del ábside encontrarás algo tan curioso como una pareja, un hombre comiendo, otro tocando un instrumento musical, una mujer, un niño en posición fetal, un hombre apoyando su espalda en un tonel, un soldado con una lanza… y al contemplar las pequeñas imágenes soportando el peso de los años, me pregunto: -«¿qué deben querer decir?»- y no lo sé, pero sea como fuere, no deja de ser muy curioso.
La torre del campanario en forma de espadaña, aunque ya es del siglo XVIII, sigue teniendo algo que a mi parecer resulta muy curioso, ya que, al desaparecer la escalera que llevaba al campanario, se colgaron dos cadenas que penden de lo alto y tirando de ellas se tocan las campanas.
Villarmún es un pueblo pequeñito, casi diría que escondido en medio del camino, sencillo y discreto, pero… ¿sabes qué? está cargado de antigüedad e historia, y a mí la arqueología me gusta… ¿nos convertimos en Indiana Jones y vamos en busca del «Templo Bendito»?