Caminar sobre el tiempo y descubrir el sigilo de los siglos almacenado en cada piedra, en cada uno de los eslabones que conforman el engranaje de la historia…
Voces de uno y otro rincón llenan la plaza de nombres de legumbres, y los sacos cargados de trigo, cebada, de los frutos de la espiga, se amontonan unos sobre otros mientras las personas recorren los puestos de la plaza, en busca del mejor producto, del mejor precio, de la mejor compra.
En el casco histórico de León, al sur del Barrio Húmedo, en un rincón impregnado de historia, de años y años de mercadeo, rodeada de soportales, como si el tiempo no hubiera pasado, está la Plaza de Nuestra Señora del Camino, la Plaza del Grano.
La Plaza del Grano permanece vacía, solitaria, esporádicamente repleta con las procesiones de la Semana Santa, con los carros que engalanan las fiestas de San Froilán, pero habitualmente relajada en el vaivén de los minutos y las horas, deleitándose en su propia sencillez hermosa, la que llama poderosamente la atención y te hace cautivo, cautiva, de tus propios pensamientos, de la sonrisa en los labios, del deseo de detenerse a contemplarla y dar gracias por poder observar lo que generaciones y generaciones de seres humanos han podido recorrer…
A veces camino y divago, recuerdo, pienso, merodeo en la presencia etérea de las melancolías, y solo se me ocurre callar, escuchar el silencio del viento ausente hacerse presente, y contemplar los pequeños detalles que otros no ven, que otros no sienten, y siento la fortuna de ver más allá viendo más acá, más cerca, más adentro.
León sigue siendo León, y con toda la belleza de su catedral, con toda la maravilla histórica de San Marcos, nada como caminar lentamente sobre el empedrado medieval de la Plaza del Grano, y sentir que, igual que caminaron abuelos y padres sobre él, ahora, también camino yo.