Fluye la vida como el agua que compone los ríos, como el viento que sopla desde las montañas, fresco y salvaje, parte de la naturaleza que alimenta los valles y los pueblos.
Fluye como las miradas cuando hay sintonía, y cuando no fluya, habrá que entender que si queda estancada, se corrompe, y si intentas frenar su caudal, rebasa cualquier muro que le pongas delante, y si se te ocurre recogerla a manos desnudas, de manera natural, se te escapa entre los dedos… Será cuestión de fluir, entonces.
Fluir, como el Torío de camino a la Candamia, a su paso por Villaobispo, como las amistades que surgen sin planearlo, como los antojos de churros con chocolate, como los amores a primera vista, que igual el amor aún no existe, pero si fluyes… no sé… igual aparece… será cuestión de darse la oportunidad, digo yo.
Fluyen los momentos a través de las tardes, y las mañanas, a través de los paseos y las labores que dan forma a tus días, y así, toman forma los sueños que pasaron a ser tangibles, dejando sitio a otros nuevos que muy pronto conquistar.
Me río, me río de las presas y la mala leche, de quienes se enfadan porque no pueden poner puertas al campo, porque los ríos no hacen demasiado caso, y de vez en cuando, campan a sus anchas.
Hay que ser bobo, para pretender que el hielo dure eternamente y la magia no ponga las cosas en su sitio, contra todo pronóstico malvado.
Hay que ser bobo, y es que… hay mucho suelto, te lo digo yo.
Pero… ¿sabes qué? No importa. Así tienes más mérito, así da más rabia, así sonríes más y mejor cuando triunfas, porque… al final, triunfas, y eso no te lo digo yo, te lo dice el agua, que al final, hace lo que ha sido llamada a hacer: fluir.