Archive for marzo, 2010

Se huele, se siente…

Los colores de las estaciones pintan Riaño con su belleza

Colores en Riaño

Se huele, se siente… el invierno da sus últimos coletazos con esa rebeldía en forma de frío y nieve, y va apareciendo la lluvia, cubriendo con su húmeda fertilidad prados, eras, montañas, lagos… y los campos se sumergen en unas mañanas que cada vez llegan más pronto, y parece que el invierno se va… y llega, escondida entre las brumas matinales, entre la escarcha y el rocío, una primavera que se acerca de puntillas, sin hacer mucho ruido, pero conquistando las ramas de los árboles frutales que no tardarán en florecer, y las plantas reverdecen con una juventud apremiante y antigua, adornando el paisaje silencioso y humilde, engalanado de paz y armonía…

Llega la princesa de las estaciones, jovial, alegre, ambiciosa y mujer… llega con su fresco aliento matutino y sopla con ese aroma a vitalidad ansiosa y conquistadora, y luego, le da la mano a su hermano verano, y éste, estrecha con generosidad las curvas femeninas de una estación seductora envuelta nieblas de tul y brillos solares… y se va el verano, y llega, señorial y caballeroso, un otoño que volverá a pintar el lienzo de la historia con un paisaje cargado de colores dorados…

Se huele, el alboroto se huele… se siente, los pajaritos cantan, las nubes se levantan… y ¡cae un chaparrón! y cuando quieres darte cuenta, esa señorita siempre joven, te ha conquistado, te ha hecho suyo una vez más…

Llega la primavera.

«La primavera, la sangre altera».

-«Bienvenida, primavera.»-

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Contemplando el ayer

Potro en Filiel, cerca de Astorga, en la provincia de León

Potro en Filiel

Patrimonio, ¿qué es patrimonio? alguien te dirá que monumentos… y… ¿qué son monumentos? para mí, patrimonio es todo aquello te pertenece, aquello que cuenta algo sobre una vida, sobre un momento de la historia, sobre el pasado y el presente, sobre ti y sobre mí.

Pienso en patrimonio y acuden a mi mente el mozárabe San Miguel de Escalada, y la Pulchra Leonina; pienso en patrimonio y se me ocurre el castillo de Ponferrada y el de Valencia de don Juan; y pienso en patrimonio y se pasean por mi mente la cocina de horno y el carro que tiraban los bueyes, el arado y el potro.

En una vida extraña para muchos y conocida para otros tantos, los reyes que dominaban el paisaje humano eran las boinas y los botijos cuando había que ir a trabajar al campo, y para ello, se necesitaban más de dos manos y algo más de cuatro patas.

Cuatro patas… vacas, caballos, bueyes, mulas… y entre unos y otros hacían más ligero el yugo del labrador y el ganadero, que muchas veces, era la misma persona…

Hablo en pasado, sí hablo en pasado porque el presente es más fácil y menos natural, es más sencillo y  menos trabajado, aunque siguen siendo laborioso… hablo en pasado porque no hace tanto unos cuantos palos, colocados de la manera adecuada, se convertían en un potro donde poder herrar a los animales.

¿Te cuento un secreto? Me encantaría mirar por un agujerito y poder ver a los hombres de antaño herrando un animal que seguro no colaboraba en nada… me encantaría y no puedo, pero… ¿sabes qué? No importa, porque contemplando uno de esos potros, fijando mi atención sobre él, parece que todavía se oyen las voces de aquellos paisanos dando órdenes, intentando sujetar al animal.

Patrimonio es… patrimonio es lo nuestro, lo de siempre, y si no está protegido, protejámoslo, que nos hizo mucho servicio en el pasado, y quizá va siendo hora que le devolvamos el favor, ¿no te parece?

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La serenidad hecha belleza

Ribera del río Esla en Cifuentes de Rueda, en la comarca de Rueda

El río Esla a su paso por Cifuentes de Rueda

Es poco más de media tarde, las horas del día van pasando suavemente sobre los árboles y las casas, y acarician los minutos, con ternura, ese saber estar pueblerino que hace de la tranquilidad su manera de vivir.

Van pasando los minutos, y la tarde empieza a caer, lentamente, como lo hace todos los días el astro rey cuando, silencioso y delicado, se esconde tras el horizonte regalando sus últimos halos de luz a un mundo al que no se cansa de alumbrar…

Cae la tarde, y en el silencio quebrado por ese viento sigiloso que viene de no sé dónde, siento un frío conocido penetrar cada uno de los poros de mi ser, y se eriza mi piel, sigo caminando y siento… siento que cada soplo de aire es una caricia que procede de un más allá muy cercano, y siento cierta melancolía, una lágrima escapa de mis ojos, sonrío… y sigo paseando, y voy hasta el río…

Y allí está, cambiado desde que su presa inundó el valle de Riaño, allí está el Esla.

Aquel Esla que antaño se desbordaba al llegar el invierno, y ahora, caudaloso y vigoroso, no toma treguas en verano ni se violenta en invierno, ahora, sopesado y sereno, adorna con su frescura, una ribera siempre joven y eterna, riega con sus aguas unos pastos que necesitan su humedad, y sirve de sustento a truchas y sapos, garzas y cigüeñas, alimentando, gratuitamente, un paisaje tan hermoso y sencillo, tan… un paisaje al que tantos están tan acostumbrados que no valoran… pero el Esla no se queja, al Esla le da igual, y continúa, segundo tras segundo, perseverante en su empeño de regalar belleza allá por donde pase…

Los chopos sonríen a su paso, esbeltos y valientes, aguantando un invierno más, una nevada más, y con la llegada de la primavera, reverdecen con espíritu renovado, y nos enseñan, una vez más, que en la vida todo son ciclos, que nada muere o desaparece, que sólo cambia para ser mejor, para ser eterno…

Y vuelve a soplar el viento…

Buenas tardes, Cifuentes.

Buenas tardes, paisanos.

Buenas tardes, viento…

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El descanso del guerrero

Panorámica del Pico Burín en Valdeburón, provincia de León

Panorámica del Pico Burín desde el Valle de Cullia

Dicen que agua pasada no mueve molino… puede ser, pero creo que el pasado nunca se va, el pasado se asienta en el fondo de la vida y en el fondo de la tierra y se cubre con capas y capas de fino presente que se posa sobre el pasado…

El pasado nunca desaparece, el pasado no se desvanece, el pasado se convierte en presente cuando miras a tu alrededor y te das cuenta de lo que significa en tu vida y de que quieres que lo siga significando en el futuro…

León, Asturias, Cantabria… cántabros, astures, romanos… la historia se convierte en presente en cada rincón del planeta, y los pueblos toman el carácter de aquel otro pueblo del que provienen, combinando ese carácter con el temperamento del siguiente pueblo que llegó, y pasan los siglos y nuevos reinos aparecen, nuevas influencias se confunden con el sustrato anterior y nuevas batallas se libran en nombre de la libertad, en nombre de la propia identidad, contra la injusticia y la esclavitud…

En la tierra celta de la remota Vadinia, en un lugar impregnado del alma luchadora y bravía del pueblo vadiniense, hay un soldado valiente que descansa plácidamente de tanta lucha agotadora sin fin…

Hace ya muchos siglos, hubo un pueblo audaz, de carácter fuerte y valeroso, orgulloso de su vida y defensor de sus amores… hace ya muchos siglos, un Imperio Romano se adueñó de su patria y el espíritu de aquellos valientes se diluyó en los poros de la tierra…

Hace ya algunos años, en un valle hermoso y tranquilo, hubo una nueva invasión: un ejército enemigo dirigió sus tropas hacia la patria de campesinos indefensos e indignados. Eran millones de soldados en forma de gota de agua que se disponían a avanzar en represalia sobre un valle inocente y feliz, que observaba, sin saber por qué, cómo alguien había decidido invadirlo por la fuerza…

La batalla se presentaba dura, se presentaba casi imposible, pero hubo un reducido grupo de guerreros, que a pesar de las inclemencias de la injusticia, a pesar de ser superados en número y poder, plantaron cara al enemigo y comenzó una gran batalla…

La batalla llegó a su fin… hubo muchas bajas entre nuestras tropas, y llegó la victoria del lado contrario…

Fueron muchas las lágrimas que desbordaron sentimientos, las gentes sintieron caer ríos de sudor y sangre entre sus pueblos, el dolor hizo mella en muchas vidas… la guerra parecía perdida…

Pero… cual Ave Fénix que renace de sus cenizas, hay un guerrero que quedó herido, gravemente herrido, pero no murió, y lo que no mata, hace más fuerte… y allí, rodeado de montañas y laderas, de nieve, rocas y verde, sigue el capitán de Valdeburón, sigue el guerrero osado.

Aquel guerrero descansa, recuperando su aliento tras la feroz batalla…

Y, de vez en cuando, conversa con su tropa, se reúne con Vegacerneja, Riaño, Carande y Horcadas, y juntos calibran la fuerza y destreza del enemigo, esperando con paciencia el momento de volver a alzarse.

Y, de vez en cuando, se escucha decir a Burón: -«Hemos perdido una batalla, pero no hemos perdido la guerra… ¡la venganza se sirve en plato frío!»-…

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En la morada de la paz

Palomares en Santas Martas, al este de la ciudad de León, en la provincia de León

Palomares en Santas Martas

Un paisaje lleno de campos y llanuras a cuyo fondo se dibuja la silueta de unas montañas… un paisaje color tierra junto a una carretera de un tono gris azulado, y deslizándose sobre ella, automóviles cargados de vidas que observan la sencillez tranquila de la paz convertida en territorio…

Para soñar no hacen falta grandes castillos ni paisajes maravillosos, para soñar no hacen falta motivos ni hazañas heroicas, para soñar sólo hace falta mirar con los ojos de un niño y dejarse llevar, sin poner trabas al lenguaje del alma…

Una rama de olivo cruzando el cielo hasta llegar a manos de Noé, una paloma portando la buena noticia, y un lugar en el que reposar de su ardua travesía por la inmensidad de las alturas…

Construido de adobe, piedra y madera, construido con esfuerzo y voluntad, con su forma circular o sus rectitudes cuadrangulares, está el hogar de aquella paloma que trajo la buena nueva hasta las manos de Noé.

Eran tiempos antiguos, más antiguos de lo que las escrituras más remotas son capaces de recordar, corrían tiempos bíblicos, cuando un gran diluvio inundó la tierra que el mundo había conocido… fueron tiempos difíciles en los que un hombre de fe y su familia, navegaron a la deriva esperando a que el tiempo amainara, fueron tiempos de paciencia y austeridad a lomos de una nave construida con madera, esfuerzo y voluntad, como el hogar de la paloma, aquella paloma que trajo un mensaje de paz, un mensaje de concordia entre Dios y el Hombre: el fin del gran Diluvio Universal.

Muchos conocen aquella  historia que narra el Génesis, muchos reconocen el símbolo de la paz, y… ¿sabes qué? en un lugar conocido, rodeado de tradición y paz, en una provincia hermosa, impregnada de historia y leyenda, hay multitud de palacios esperando ser restaurados, esperando ser valorados, esperando ser redescubiertos como morada de la paz.

Sal a pasear, sal a disfrutar de lo que siempre has conocido así, y no consientas que deje de ser así: pequeño, sencillo, lleno de recuerdos y cariño, lleno de tradición e historia, lleno de ti y de mí, lleno de palomas…

Disfruta de lo que está y no permitas que deje de estarlo, no permitas que el diluvio de la desidia y el olvido acabe con ello, porque si lo permites, no podrás recuperar tu patrimonio, no podrás recuperar tu palomar.

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Danzando con Nabucodonosor

Corporales y el Teleno a su fondo. Perteneciente al ayuntamiento de Truchas.

Corporales adornando la silueta del Teleno.

En la antigua Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Éufrates, nació un reino que sería recordado en los anales de la historia como uno de esos Imperios que se funden con escrituras jeroglíficas, con relatos bíblicos que hablan de su existencia, con grandes reyes de leyenda… allá donde las escrituras cuneiforme dejaron los primeros testimonios escritos sobre vasijas y barro, en la lejana Babilonia, en la tierra del pueblo persa.

En otro lugar del planeta, en un pequeño paraje de la Península Ibérica, hace mucho tiempo, vivió un pueblo de eminentes guerreros que habitaban coronas y castros, que se dedicaban a trabajar la tierra, que cuidaban de su ganado y aprovechaban el dorado néctar de las minas auríferas de su mundo.

Aquel pueblo celta, aquel pueblo astur que veneraba al dios Teleno, un día se vió enfrentado a otro mayor, que por la fuerza impuso su mandato y se adueñó de sus vidas, de su entorno y de su mundo, y les hizo trabajar a su servicio, explotando el oro que la tierra guardaba en su interior… pasaron los siglos, y aquel imperio invasor también se fue, pero llegaron otros, suevos y visigodos, y crearon concejos, y luego  llegó la cristianización, y el dios Teleno astur, el Marte Tileno de los romanos, cayó en el olvido… y siguieron pasando los siglos…

Y allí, en aquel lugar rodeado de colores intensos como el aire puro, una noche de agosto, se vuelven a oír sonidos celtas… y suenan las gaitas cantando alboradas, llamando a romería a quien las quiera oír, y las gentes devotas llevan a su Virgen hasta la ermita, y tras alzar sus plegarias al cielo ofreciendo el sacrificio del altar, se recuerda, con música y danza, la locura de Nabucodonosor, la locura de un rey que quiso ser adorado como Dios, y al que, por su soberbia, el Todopoderoso castigó.

Sonidos celtas llenando el ambiente; el idioma que nació de los invasores, saliendo de la boca de sus gentes; una romería con sabor cristiano y una danza que se sumerge en una antigüedad remota que toma forma, que coge cuerpo, en Corporales, el pequeño gran Corporales.

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En los altares

Iglesia de Cifuentes de Rueda, en la comarca de Rueda, en León

Iglesia de Cifuentes de Rueda

El arte, ¿qué es el arte? pintura, escultura, arquitectura, música… todo eso y mucho más, ¿verdad?

En el arte se reflejan ideas, pensamientos, realidades y fantasías, en el arte se dibujan imágenes que siempre quieren decir algo…

En el interior de la iglesia de un pueblo, de un pueblo pequeño, con casas de adobe y huertas, cuadras y pozos, cocinas de horno y pajares… en el interior de su iglesia hay, decorando uno de sus muros, una pintura sobre la pared con un niño, una niña, una pelota, un religioso, y al fondo, a la derecha, la misma iglesia en la se encuentra la pintura…

Un  niño, una niña, una pelota, un religioso…

Hace ya más de cien años, en un pueblín de la ribera del río Esla, en la comarca de Rueda, el día de Noche Buena, nació un niño de nombre Vilfridio, Fernández Zapico de apellido.

Aquel niño fue creciendo poco a poco, como lo hacemos todos, con todos los días y todas las noches que forman parte de nuestros años, y aquel niño dejó de serlo y se convirtió en un muchacho sencillo y valiente, que movido por su fe, se entregó a la vida religiosa y se dedicó a dar amor allá por donde fue, a predicar con el ejemplo.

Hasta aquí todo sería bastante normal, y lo es, lo que ya no es tan común es la heroicidad. ¿La heroicidad? Sí, la heroicidad.

Cuando somos niños todos soñamos con ser ese héroe o esa heroína que tanto admiramos y que salva al mundo de la inmundicia y la maldad, pero luego crecemos y nos olvidamos de aquel deseo inocente y sincero, y cuanto más sabemos, cuanto más conocemos el mundo y más nos conocemos a nosotros mismos, en el fondo nos preguntamos si esa creencia que tan fuertemente arraigada tenemos, si ese pensamiento que tan firmemente sentimos, es realmente tan intenso como creemos…

Pocos son los valientes que llevan ese convencimiento hasta el fin de sus consecuencias, pocos son los héroes que hacen de su forma de vida un ejemplo vivo para el resto de mortales, enseñándonos que nada es imposible, que con perseverancia y amor todo se puede…

Allí, impregnado en la pared de aquella bonita iglesia que tantos rosarios ha escuchado recitar, está el homenaje de un pueblo a su héroe, a aquel muchacho que un día dio su vida por una fe en la que creía. Un muchacho que murió a manos del odio simple y llanamente por seguir los pasos de su Maestro, un maestro de entrega y amor.

Un joven leonés, un mártir, que nunca morirá, porque en los altares de la Iglesia, a lo largo de todo el mundo, siempre habrá un lugar para los mártires de Turón, siempre habrá un lugar para un hijo de Cifuentes.

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Sobreviviendo a la marea

Carande al abrigo de las montañas en la provincia de León

La belleza inmensa de Carande y sus montañas

A veces vamos por el mundo divagando entre un asunto y otro, concretando en serios temas terrenales que nos llenan de preocupaciones y desaliento, y vemos la nieve y el frío como una penalidad, nos aburrimos de la monotonía y la costumbre, y sólo pensamos en lo que echamos de menos, en aquello que nos falta…

A veces nos olvidamos de que no sabemos nada y de que cada día cuenta y nos enseña algo nuevo, y aunque sólo haya sido a seguir viviendo, ya nos ha enseñado algo.

Y resulta que un día alguien te cuenta que existe  un pueblín que la marea que inundó su valle no ha podido inundar, y sigues escuchando sus palabras escritas y descubres que este pueblo tiene un compañero, un amigo fiel y verdadero, que también le acompaña a orillas de un mar que la naturaleza no inventó…

En la belleza inmensa de unas montañas plagadas de vestigios celtas escondidos, en la hermosura preciosa de unos bosques llenos de hayas y tejos, habitados por corzos y ciervos, se encuentra, uno de esos pequeños grandes pueblos que impregnan de vida humana unas montañas elegantes y juguetonas.

Con su hórreo y su tranquila vida montañesa, con sus días de labor y sus tardes de bolos, está Carande, pequeño, discreto, tranquilo y saludable, alejado del estrés y las prisas de la ciudad… y Carande, a pesar de la maravilla de su entorno, se aburriría si no tuviera con quien comentar la jugada, si no tuviera a quien contarle sus cosas, que si hoy nevó, que si Alejandro ha escrito algo más, que si es fin de semana y hoy vienen a vernos desde León… Carande se sentiría solo si no tuviera cerquita a Horcadas, a ese Horcadas que siempre ha estado ahí, como ese hermano con el que a veces te peleas, pero que sigue siendo hermano.

Y así, pasa el tiempo y Carande y Horcadas siguen construyendo su amistad entre sonrisas y lágrimas, mirando con ilusión el futuro, mas recordando con tristeza aquella amarga batalla que ganó el agua contra los hermanos de su valle…

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En el Valle del Ornia

Priaranza de la Valduerna

Panorámica de Priaranza de la Valduerna

Entre las aguas del Duerna y el Llamas, alimentando sus tierras con la fertilidad húmeda de un río y sus arroyos, se encuentra un valle cargado de historia y maragatería, de paseos al atardecer y aromas impregnados de Teleno…

Remontados cientos y cientos de años atrás, encontramos la vida de cántabros, vacceos y astures; aquellos cántabros que lucharon, valientes, contra la invasión del Imperio Romano; aquellos vacceos que innauguraron lo que llegaría a ser conocido como Al Balat, la Vía de la Plata; y aquellos astures: lancienses, pésicos, zoelas y orníacos que darán nombre de tantos rincones que hoy conocemos, recibirán nombre de tantos rincones y ríos, ríos como el Ornia, el Duerna.

Pero el Imperio Romano llegó y, una batalla tras otra, al final, se hizo con el territorio que ambicionaba, y tras la conquista, la explotación de las minas auríferas y el asentamiento de poblados mineros, y en torno a ellos, el desarrollo de una agricultura y ganadería diferente y organizada… y fueron pasando los siglos, y también aquel imperio llegó a su fin… y aquel que fuera el valle de los orníacos, aquel valle lleno de Roma, volvió a descansar en la tranquilidad del sonido del agua al resbalarse, escurridiza, por el lecho de su río…

Ha pasado el tiempo, y en la belleza de aquel paraje sencillo y pacífico, fue tomando forma una población rural dedicada a la tierra y al campo, a los animales y a vivir sin molestar a nadie, respetando el presente y el pasado para construir un futuro nuevo y mejor, un futuro lleno de sabiduría y buen hacer, lleno de ríos de agua viva y transparente, un futuro lleno de esperanza que divisar desde las alturas del campanario de su iglesia.

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En la cocina de horno

Horno en el que se cocinaba el pan en la provincia de León

Horno de pan en Priaranza de la Valduerna

¿Sabes una cosa? Cada continente tiene su propio cereal rey: América, el maíz; África, el mijo; Asia, el arroz… y Europa, el trigo. Es cierto que hay muchos otros, pero ¿qué haríamos sin el trigo? nuestra dieta no sería la misma, y por ende, nosotros tampoco.

Llanuras y campos plagados de un color verde claro en primavera, y llega el verano y el color se vuelve de un amarillo blanquecino que convierte el paisaje en un mar de doradas praderas llenas de vida y cereal: es el grano del que tanto hablan los evangelios, ese grano que cae a tierra y muere, y luego crece y da fruto… y en los campos de trigales, el trigo da mucho fruto: ese fruto que hay que recoger con la llegada del mes de julio, cuando toca segar y trillar, separando el grano de la paja, y luego empaquetar en forma de pacas o fardos por un lado y en sacos cargados de semillas por otro.

Hace ya algún tiempo, no demasiado, cuando la hoz y la guadaña eran las protagonistas de este ritual ancestral, había un lugar en el que el grano daba un fruto diferente y se convertía en una nueva cosecha.

El grano de trigo, hecho harina, con un poco de agua, sal, algo de urmiento o levadura y mucha maña al amasar, daba forma a la redondez de una hogaza, y luego, sumergido en el calor de una pequeña cueva, se cocinaba, con paciencia y buen hacer, el alimento con el que acompañar los duros quehaceres de la cotidianidad.

En un rincón del hogar, en un pedazo del espacio que compartimos con nuestra propia historia, está, rodeado de la negrura del hollín, del color oscuro que han impregnado en las paredes el humo y el calor de una cocción, el lugar en el que se cocinaba una de esas recetas con sabor a tradición, uno de esos alimentos que comer con todo: con chorizo o con cecina, con la nata de esa leche recién ordeñada espolvoreada de azúcar, ummm, ¡qué rico!… ese manjar sencillo con el que hacer sopas de leche o sopas de ajo, acompañar el cocido…

El pan hace mucho que está ahí, hace mucho que está aquí, y ahora vamos a comprarlo a la panadería, o se lo cogemos al panadero cuando lo lleva al pueblo en su furgoneta, el pan sigue sabiendo a blanco y a tostado, a integral o sin sal, el pan sigue sabiendo a tradición, y cuando entro en la cocina de horno y la veo descansado de sus ajetreados días de labor, pienso que, quién sabe, tal vez algún día, pueda ser yo misma la que se ponga manos a la obra y haga el pan como siempre lo hizo mi abuela.

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