No puedo dejar de sonreír, mientras el mundo parece haberse detenido, pero sin haberlo hecho, caminando sigilosamente sobre los minutos que recorren el atardecer en tierras de Rueda.
Cierro los ojos, un segundo, dos, tal vez, poco más, y me doy cuenta de que no he cerrado los ojos, de que sigo inmersa en mis sensaciones profundas sin la necesidad imperativa de clausurar la luz molesta del exterior y contemplar el silencio revelador de la luz que guardo en el interior, porque esta vez, esa misma luz está dentro y fuera, extendiendo su calidez sobre un mundo, a veces, extremadamente frío.
¿Sabes? Te guardo en mis recuerdos, en lo más profundo de mi ser… y guardo el dorado de tus atardeceres en los poros de mi piel, y cuando llega el frío invierno y vuelo a paraísos de playas y calor, siempre tengo la certeza de que no hay nada como el brillo suave de los secretos que tantas veces nos has oído contar, al cofre que guarda mis tesoros y a mí, depositando confianza y cariño en una cajita de sonrisas que algunos llamamos amistad.
No puedo dejar de sonreír, es una sonrisa dulce, serena, esperanzada y un poco triste…
Cuando las lágrimas caen de los ojos es que el sentimiento es tan grande que no puede quedarse dentro, como la luz que inunda tus atardeceres, Cifuentes, como el agua que fluye de tus fuentes, como los lazos de amor, que como el mismo Amor, siempre serán eternos.