Archive for noviembre, 2012

Siempre queda

Mi mágico León: Puente del pueblo Pedrosa del Rey, en el pantano de Riaño. León. Montaña oriental leonesa. Turismo.

Siempre está ahí

En la montaña oriental leonesa, hay un lugar convertido en Meca, en templo repleto de respeto y recuerdos, vividos y no vividos, que no se hunde bajo las aguas del olvido.

En la montaña oriental leonesa, está el paisaje que un día descubrí en una foto antes de conocerlo en persona, un paisaje escondido tras un muro de hormigón en el que alguien escribió en letras rojas «DEMOLICIÓN»; pero el muro nunca llegó a demolerse, y tras él, se hicieron añicos las ilusiones y los sueños, las realidades tangibles con forma de casa y de calles, de hórreos e iglesias, de niñez y juventud, de vivencias e identidad, porque un pueblo es mucho más de cuatro casas viejas que todavía se tienen en pie.

Un pueblo, el pueblo, es aquel rincón que siempre está, el lugar al que vuelves una y otra vez, a veces más a menudo, otras menos, pero el sitio al que regresas porque en él se halla parte de la propia esencia.

El pueblo es el lugar donde han vivido generaciones y generaciones de los nuestros, de los buenos y de los malos, porque de todo hay en la viña del Señor; el lugar en el que los amaneceres parecen más luminosos y los atardeceres más coloridos, donde los ángeles se despiden con el astro rey y las estrellas se deslizan por el firmamento allá por San Lorenzo.

El pueblo es aquel sitio donde llevas chaqueta por la noche y, de vez en cuando, llegado el verano, todavía hiela mientras las estrellas salpican el universo de luz; el rincón donde las miradas no se cansan de llegar hasta el alma, aunque pasen los años y las situaciones cambien, porque en el fondo, tú sabes lo que sientes, y, muchas veces, aunque no haya palabras, desnudas la aparente indiferencia del otro y descubres que el cariño, si alguna vez lo hubo, sigue estando ahí.

En la montaña oriental leonesa, hay una parte de mi empatía llena de tristeza, aunque pasen los días y la realidad no cambie, aunque el dique de hormigón siga ahí, imponente, angustioso, con pocas ganas de venirse abajo y dejar libre al cautivo río Esla, que no cometió más delito que estar vivo.

Y vuelvo a Riaño una y otra vez porque no puedo volver a Pedrosa del Rey ni a La Puerta, Escaro, Huelde, Anciles o Salio. Vuelvo al nuevo Riaño, aunque no pueda volver al antiguo, al que sigue enclavado en el corazón de su valle, clavado en el alma de los valientes, de los que no se rinden aunque toneladas de agua sepulten sus siluetas y tierras, aunque mañana no vaya a desaparecer ese abismo gris llamado muro de contención.

Sigo escribiendo sobre el embalse, sigo escribiendo sobre el pantano, porque no hay futuro sin presente, ni presente sin pasado, porque lo que no está bien, sigue sin estarlo aunque pasen los años y paisajes diferentes acostumbren nuestro existir a realidades que nunca debieron estar ahí.

Sigo pensando en ese puente que aparece cuando el nivel del agua baja, porque, en aquel valle como en la vida, aunque se intente obviar lo evidente, aunque se desprecie la verdad, al final, siempre está ahí, siempre vuelve, siempre reaparece.

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Susurros en el viento

Mi mágico León: pantano y macizo de Riaño desde el puente de Pedrosa del Rey. León. Turismo.

Desde el puente

Una sensación me embarga, y eso se produce cuando subo por una carretera larga, llena de curvas que rodean una sepultura acuática llena de falsedad, de esa belleza irónica que parece decir que para presumir hay que sufrir y que no se pueden tener grandes maravillas sin sacrificar nada.

Si desconociera que bajo la inmensa masa de agua se esconden las vidas y recuerdos de un pasado tan presente, probablemente me embelesaría la imagen de ese lago inmenso que cubre el gran valle, pero… sé lo que sus aguas esconden, y me produce una sensación…

Es la piel de gallina y la mirada perdida en el horizonte, dominado por el Gilbo y  el macizo de Riaño, y la tristeza de no poder recorrer la misma calzada romana que sintió sobre sus piedras los pies que hicieron historia, cuando el gran imperio romano llegó a tierras de la antigua Vadinia, cuando las gentes de antaño, y de no tan antaño, caminaron sobre ellas allá donde las dos calzadas unían su camino: la senda procedente del Cea, y la senda del Esla, para llegar a Carande bajando a Salio

Y ante la indignación hecha congoja, ante la mirada apesadumbrada de quien conoce el cruel genocidio, aparece, como una estrella fugaz, el puente que une el pasado y el presente, Pedrosa del Rey y el hermoso valle de Riaño que yace sumergido en el corazón de las montañas que le vieron convertirse en tierra de  los vadinienses, conquista romana, territorio de la realeza, y silueta etérea del alma que sume su existencia en los deseos de los que todavía creemos en las utopías.

Y desde esta pequeña atalaya cargada de emociones, se rinde el valle anegado, a los pies de los sueños que luchan por hacerse realidad.

Y desde este valle eterno, se oye, claramente, la voz firme y serena de los guerreros que defendieron sus tierras y sus casas, de los bueyes y vacas que pastaron en sus campos, de los niños que jugaron en sus rincones, los amantes que soñaron despiertos, y  las estrellas que, desde allá arriba, parecen más al alcance de la mano…

Desde el valle se oye, como un susurro meciéndose en el viento, la voz rotunda y paciente de un río que espera el momento de vencer el dique que le ha convertido en prisionero, ¿y sabes qué dice?

Acércate a las montañas, inclínate hacia el valle, y en la textura metafísica de la brisa fresca, descubrirás el misterio…

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El corazón de la ribera

Mi mágico León: otoño en Carrizo de la Ribera, León.

Candor del otoño

Se me ocurre hablar de sueños y de ilusiones, y de lo que uno siente como propio por muchos motivos, o tal vez por uno solo, pero propio al fin.

Hay quien dice que no se puede ver todo, ¿será verdad? A veces no hace falta recorrer grandes distancias para descubrir que la naturaleza es mágica y que allá donde uno va puede encontrar maravillas de ensueño, lugares y situaciones que enamoran y embelesan, pedacitos de eternidad agarrados al mundo con la sutileza etérea que da el aroma a la flor.

Se me ocurre pensar en playas repletas de pisadas y bañadores, de barullo, gentío y multitud, y el mar bañando una costa cargada de seres que anhelan remojar su descanso en la salinidad de sus aguas; y… ¿sabes qué?

Te regalo un paseo vespertino, pasadas las seis de la tarde, cuando los sueños del día empiezan a sumergirse en una plácida duermevela al calor de los colores del otoño, ¿te imaginas? Y esa sensación de tranquilidad que sosiega el alma y deja al corazón lleno de la alegría serena de la sencillez hecha paisaje.

En un rincón de la península, en el corazón de la ribera, entre arboledas y parajes llenos de candor, están Carrizo y sus sensaciones, sus setas en otoño y esa grandeza que llena las cosas pequeñas del sabor de los buenos momentos.

Se me ocurre hablar de León como esa tierra desconocida que, precisamente por eso, es tan misteriosa, tan secreta, tan mágica…

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Alzando el vuelo

Mi mágico León: río Curueño, montaña central leonesa, León. Turismo rural. Provincia de León.

El ímpetu de un deseo

Allá voy, con la energía renovada de quien ha estado resguardado en sus pensamientos, analizando el pasado y el presente, contemplando con mirada desafiante el futuro, seguro de saber que no hay más camino que aquel que el instinto, que la intuición marca.

Allá voy, alzando el vuelo desde abajo, casi rozando las aguas frías y cristalinas de ese río que me da vida, y alimenta el paisaje en el que me reflejo, aquel que me relaja y me aleja de los malos augurios, que aunque me persigan, no me alcanzarán, porque soy más rápida, más sincera, más feliz.

Es maravilloso poder mirar alrededor y sentirse vivo, poder dormir cada noche tranquilo, poder compartir con aquel amigo los momentos y los lugares, y descubrir rincones escondidos allá por Ambasaguas de Curueño, subir hasta Redipuertas y encontrar una cascada, ¡y qué cascada! Y saber, que aunque a veces haya silencios, éstos están tejidos en la textura de toda amistad, así que, al final, también sirven para echarse de menos y comprender cómo quieres a ese alguien que hace tiempo que no ves.

El tiempo sigue pasando y el mundo sigue regalando belleza en los colores dorados de sus arbustos que contrastan con el verde de los árboles perennes, y sigue habiendo truchas en el lecho de los ríos, y  escarcha dibujando las siluetas de las hojas cada amanecer; y sigue helando por las noches mientras las estrellas se pasean por el firmamento; y en Madrid, en León, en Barcelona, en Buenos Aires, en Miami, en el mundo, sigue habiendo amigos que sueñan con tocar el cielo, y que saben que, desde esa tierra desconocida y misteriosa, desde lo más profundo del corazón, se puede tocar el cielo con solo levantar la vista, con solo mirar la pureza cristalina de las aguas en las que el mismo cielo se refleja…

Y a pesar de las dificultades, a pesar de los silencios y las distancias, volver a alzar el vuelo, como en los mejores tiempos, como ahora, como siempre, y sentirse como te sientes cuando estás en León.

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Paseando por la vida

Mi mágico León: tarde de paseo en Barrillos de Curueño, León. Turismo rural.

Sensaciones conocidas

Pasear bajo ese cielo tan azul, moteado de nubes blancas, dispersas, limpias, cargadas de la pureza sempiterna de los buenos sentimientos. Pasear y divagar…

Divagar entre pensamientos de otros tiempos, con la mente y el corazón en aquello que se ama, y sentir cómo las preocupaciones pierden peso y el alma se siente libre.

Tengo la sensación de que la naturaleza se encarga de colocar cada cosa en su sitio, y el contacto con la tierra hace sentir más vivo, más viva, más real, más poderoso, porque si la liebre sobrevive al crudo invierno; si las cigüeñas regresan año tras año, allá por San Blas, a divisar la tierra leonesa; si las vacas siguen mugiendo y dando su rica leche, entonces, ¿por qué no vas a hacerlo tú?

….

Y cierro los ojos y me parece estar allí, sumergida en esa fotografía tan cerca del Curueño, paseando una tarde de otoño por Barrillos, mientras el fresco se hace presente en mi cara y presiento que las cosas sencillas son las que dan vida.

El olor a tierra mojada, el graznido de un grajo que levanta el vuelo, el canto de los grillos al anochecer,  las estrellas iluminando el firmamento y mi querido León que siempre esté ahí.

Siempre está ahí y siempre lo va a estar, porque no importan distancias ni dificultades cuando se ama, cuando se quiere, cuando se lucha; cuando se espera volver a caminar por las sendas de un reino tan mágico como sencillo, como real, como vivo, ¡como León!

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