Caminar entre los arcos que recuerdan sueños hechos piedra y recordar antiguas historias que remontan sus orígenes a la Alta Edad Media, allá donde el lenguaje del hombre se unía al de Dios y ambos se entendían sin problema ni necesidad de traducción.
Caminar entre piedras y pasadizos sin tejado, envueltos por unos montes llenos de verdor, de ese verdor que no se cansa de adornar el paisaje del mundo.
Caminar entre piedras y escuchar un murmullo callado y silencioso brotar de los muros, comentando que son testimonio de centenares de historias que el presente ha olvidado pero que existieron como ese pájaro que anida en los árboles cercanos o las hierbas que ahora se escurren entre sus rincones.
Caminar en lo que fue el claustro del monasterio dedicado a San Pedro y San Pablo que San Fructuoso fundó en el lejano siglo VII, y luego fue reedificado, trescientos años más tarde, ¡qué antigüedad!
Antigüedad prerrománica a caballo entre el hispano-visigodo y el románico, antigüedad que transporta a siglos pasados, que transmiten un legado medieval y artístico, religioso…
No se oye nada, tan sólo un lejano cantar que los sonidos de la naturaleza adormecen con su bruma ancestral; no se oye nada, y el alma reposa tranquilamente en un lecho de suavidad y paz, la paz que todavía transmite la grandeza callada de unos muros convertidos en historia, convertidos en ruinas, convertidos en leyenda, los muros del Monasterio de Montes.
Patrichueck said,
junio 9, 2010 @ 9:10 pm
La preciosa fotografía que ilustra el relato es obra de Pablo.
¡Qué bonita, Pablo! Felicidades por tan buena perspectiva.
Pablo González Rodríguez said,
junio 9, 2010 @ 9:34 pm
Qué bien sabes descubrir lo que esconden los muros!
Como siempre recomiendo no pasar de largo al ir al Valle del Silencio o Peñalba de Santiago, aunque este monasterio bien merece una visita en exclusiva.
Preciso el relato.
Un placer que sirvan las fotos!