Fertilizando

Gotas de lluvia sobre la hierba en Cifuentes de Rueda. Primavera. Turismo rural. León
Fertilizando los sueños

Escuchar el agua caer sobre los tejados y los campos, en una primavera verdosa y colorida por las flores que pueblan los árboles, y salpican las eras y los antiguos corrales.

Escuchar el agua caer al calor del hogar, mientras los sueños se entremezclan con los recuerdos, y el futuro y el pasado se abrazan en la casa de los ancestros, de la niñez y el abuelo, en la casa de las gallinas.

Escuchar el agua caer, y deslizarse por las hojas largas y finas que alfombran el suelo a los pies de los frutales, árboles cargados de flores blancas mientras los picos de las montañas, no muy lejos, aparecen pintados de blanco, por la nieve reciente que asomó en primavera porque, caprichosa, apenas quiso dejarse ver en invierno.

El silencio puebla la estancia, y desde aquí, se escucha la eternidad, en un presente que cada vez está más cerca de ese anhelado futuro, pero sin soltar de la mano al pasado que, aunque engañe con su nombre, siempre está presente, muy presente.

¡Cuántas batallas libradas! ¿verdad? Muchas. De las que se ven y de las que no se ven, pero se batallan en el interior, entre las paredes del cuerpo, entre la sensatez y la pasión, y no sé cómo se las arreglan, que siempre llegan a un acuerdo, siempre encuentran la manera de avenirse, porque desde la paz, siempre se gestionan mejor los desafíos que presenta la vida.

Llueve y hace frío, y la sonrisa se dibuja en la cara entre sensaciones de cariño y satisfacción, y vértigo, también vértigo.

Es una mezcla de ilusión y cosas bonitas, de responsabilidades y carcajadas dibujadas en el aire, de familia y tranquilidad, de buenos momentos que están por venir, que están dejando de gatear y ya dan sus primeros pasos, y de empezar a caminar… ¡pasan a correr y saltar! ¡y trepar por los árboles! Espera que llegue el verano y las flores se conviertan en guindas, ciruelas y peras; dejaremos las manzanas y las nueces para el otoño.

Primavera, ¡qué maravillosa eres! No dejas de impresionarme: entre temperaturas desplomadas y rayos de sol rasgando el cielo con su brillo incandescente, estás llena de contradicciones. Y mientras te decides entre el frío y el calor, dejas asomar las flores sin miedo a la helada, porque cuando el adobe resguarda la belleza de esos árboles, no hay helada que pueda con ellos.

Mi querida primavera en mi querido Cifuentes, en mi querida ribera del vibrante Esla, en mis amadas tierras de Rueda, con la huerta que alimenta caballos y la cocina de horno aguantando un invierno más.

Fortaleza que cobija la felicidad de quien siempre te encuentra aquí: en Mi mágico León.

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Girasol

Mi mágico León: girasoles en Cifuentes de Rueda. León.
Al calor del amor

A campo abierto, donde las montañas dibujan los límites en el horizonte, a veces sopla en viento y se lleva los malos humos.

A campo abierto, donde los cultivos pueblan la tierra y aparecen el trigo y las pacas, también hay alfalfa y girasoles, llenando de colores brillantes el paisaje, llenándolo de vida y alegría.

Y en la cercanía, en vecindad con las casas de los pueblos, existe un universo que muchos no ven, un universo que perdieron de vista cuando la inocencia de su mirada de niño, de niña, se perdió en la maldad de las mentiras y las envidias.

Las tierras se revelan, y las abejas, que polinizan las primaveras y los veranos, construyen y endulzan los estampados coloridos que dan paso a las peras y las manzanas, a las guindas, cerezas y ciruelas.

Miel, ¡qué rica está! y qué listas son sus cocineras, que desde el cercano Valdealiso se escapan a Cifuentes en busca del rico néctar de los girasoles. Son selectas. Otras se decantan por el brezo, pero algunas, de exquisito paladar, seleccionan bien su cosecha y recolectan allá donde el azul limpio del cielo contrasta con el amarillo de las flores que pueblan la tierra.

Y entre idas y venidas por los caminos, siguen maravillando los girasoles, que ponen su mirada en lo bueno, obviando las habladurías malintencionadas y brillando en todo su esplendor. Porque la verdad solo tiene un camino y digan lo que digan, un girasol siempre será un girasol.

Al calor del amor, siempre lucirá el girasol.

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Adiós

Mi mágico León: atardecer de verano en Cifuentes de Rueda. León. Turismo rural.
Adiós

-«Adiós, pajarillo. Adiós.»- Musitó la ardillita. -«¡Qué corto fue tu cantar y qué largo tu silencio!»-

Un día, paseando con una amiga en la distancia, una ardillita escuchó el bisbiseo desconocido de un pajarillo conocido. -«¡Anda! ¿Cómo tú por aquí, abubilla?»-

-«Salgo por estos lares muy a menudo»- contestó la abubilla.

-«¡Ah, sí! Yo también, pero yo camino, salto, y contemplo paisajes espectaculares, aunque no vuelo.»-

-«¿Me enseñas a caminar?»- preguntó la abubilla con mucho interés.

– «¿Quieres? Si quieres yo te enseño.»-

-«Me gustaría, pero tengo dos patitas, no sé si sabré.»-

-«¡Por supuesto que sabrás!»-

Y fue así, de la manera más casual, como la ardillita y la abubilla empezaron a ser amigas. Se habían visto antes, ya se conocían, pero no se conocían.

Tarde tras tarde, como si de una historia de dragones y mazmorras se tratase, la magia fue abriéndose camino, y la abubilla empezó a convertirse en ardillita: sus alas empezaron a tomar otra forma.

-«¿Qué dice tu familia de que salgas a pasear conmigo? ¿No se enfadan?»- preguntaba la ardillita con cierta inquietud, pues la abubilla se estaba transformando, y era visible a todas luces.

-«No, no se enfadan. Algún bromista me toma el pelo, otra sabe que eres importante para mí y poco más.»-

-«Me alegro»- decía la ardillita feliz al ver al pajarillo escalar cada vez más alto, y descubrir paisajes maravillosos sin perder el contacto con la tierra, a través del árbol, y de las ramas, claro está, con la mirada puesta en el horizonte y el aire revoloteando entre las hojas, con la libertad de saltar de rama en rama, de árbol en árbol, de sueño en sueño.

-«No dejes de volar»- decía la ardillita, -«no pierdas tu esencia, vuela con el aire limpio, aléjate de la contaminación y la negritud.»-

Y la abubilla era feliz, y la ardillita también.

Entre el cariño de las cosas bonitas, se descubrían y querían. A plena luz del día, seguían compartiendo historias, construyendo una amistad divertida y bonita, muy bonita.

Ocurrió que una noche, como si de una historia de miedo se tratara, la abubilla no pudo volver al nido.

-«¿No puedes entrar?»- preguntó la ardillita compungida.

-«No me dejan. Han trancado desde dentro y mi llave no funciona.»- Se lamentaba la abubilla con la voz quebrada en angustia y tristeza; y enfado, también enfado.

Un carámbano de hielo, en pleno verano, atravesó el corazón de la ardillita. -«¿Cómo pueden dejarla fuera del nido? Las abubillas se cuidan entre sí.»- Pensó.

La ardillita no pudo ver sufrir a la abubilla y le hizo un hueco en su madriguera. -«No es un nido, es una madriguera, no sé si estarás cómoda, pero aquí estarás segura. No te pasará nada.»-

Con la luz de la mañana, la oscuridad de la noche se esfumó, pero dejó un paisaje diferente. El sol no brillaba igual. ¿Qué estaba pasando?

A lo lejos se escuchó cantar al cuco. -«¿Cucú?»- pensó la ardillita. -«Así no cantan las abubillas».

La abubilla marchó. Sin previo aviso. Con un -«te quiero»- sonando en su cantar.

Y la ardillita confió.

Desde aquel día se escuchó graznar y grajear, ulular, chillar y trisar, pero el cantar de la abubilla había desaparecido.

Miedo, sentía miedo. La ardillita no entendía. -«¿Le habrá pasado algo?»- Pensaba con desazón.

A lo lejos, muy lejos, notó que la estaban vigilando, desde el mismo árbol donde habitaba la abubilla, pero, ¿era ella?

Al fin, se armó de valor, y con mucha cautela y mimo, se atrevió a llamar a su amiga. No hubo respuesta.

Pasaron los días y desde el nido de la abubilla llegaron noticias: -«Cucú»-.

La abubilla vivía con cucos.

Ahora todo tenía sentido: jamás permitirían que el pajarillo descubriera que no era de su misma estirpe.

Mucha tristeza recorrió las entrañas de la ardillita. Lloró mucho por su amiga, con la pena de saberla cautiva entre mentiras y engaños, con la certeza de saber que, difícilmente, escaparía de aquel nido lleno de falacias y trampas.

Y después de la tristeza, llegó la calma, y poco a poco volvió a sonreír.

Sabiendo, recordando, que, en algún momento del tiempo, la abubilla aprendió a caminar, y contempló paisajes que nunca había observado.

Sabiendo, recordando, que los pardales, las golondrinas, los vencejos, y hasta las cigüeñas, los gavilanes y las gallinas saben cómo son las ardillitas.

Sabiendo, recordando, que después de la noche, por larga que sea, llega el amanecer, y la claridad vuelve a iluminar el mundo.

Sabiendo y recordando, que no hace falta que el resto del mundo lo entienda, porque en Mi mágico León, las ardillas y las abubillas pueden quererse y respetarse, aunque los cucos no lo entiendan.

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Refugio

Mi mágico León: cámara de fotos de Emily Pérez Cela. León. Turismo. Paisajes espectaculares.
Clavadas en la retina

No dejo de pensar en ti, mientras emociones diversas recorren mis entrañas y se pelean entre sí, no dejo de pensar en ti.

No dejo de pensar en mentes perversas y situaciones extrañas, en silencios hirientes ensuciando el brillo de las cosas bonitas, de tardes paseando a la luz de la primavera, a la luz del verano, de confesiones y abrazos cariñosos, de miradas dulces y pensamientos en voz alta.

Dudas y más dudas que avivan ansiedades y preocupaciones, se agolpan en la mente y el corazón, y al fin, no queda otra que ponerse a salvo, que resguardarse de vigilancias incomprensibles, de oteadores callados que adormecen el dolor en el sabor ahumado de la amargura, de revoltijos de estómago y lágrimas resbalando por las mejillas.

No dejo de pensar en ti y, al fin, vuelvo al lugar de la magia y el sosiego, de los pensamientos al aire y el frescor de la mañana acariciando la suavidad de mi tez recién levantada.

Fotografías, fotografías llenas de sonrisas, de paisajes verdes y pajarillos en el cielo, de recuerdos que no voy a borrar, porque elijo no hacerlo, porque forman parte de mi vida, y esos trocitos, esos instantes atrapados en una imagen son míos, y tuyos, tuyos también, pero solo míos.

Fotografías que van conmigo, en mi mente y mi corazón, trocitos de ti guardados en mí…

Y también tú me tienes contigo: aunque a veces no te des cuenta, mis palabras resuenan en tu mente, y en tu corazón, también en tu corazón, y de ahí no voy a salir.

Momentos mágicos poblados de calma y de quietud, de cariño creciendo en el brillo de esos ojos que no dejan de mirarse.

No se puede tapar el sol con un dedo, ni la magia del Reino con las negritudes de la maldad.

No se puede tapar el sol con un dedo, ni confundir eternamente a quien ya ha visto la luz.

Desde tierras cazurras hasta tierras charras, hay un lazo rojo que algunos sienten pero la mayoría no ve. Magia se llama.

Magia, como la magia que habita en mi refugio, como la magia que salpica Mi mágico León.

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Sin raíl

Mi mágico León: pedacito de mi huerta en Cifuentes de Rueda. León.
Próxima parada…

Hoy me he puesto a pensar. No lo esperaba, pero así ha sido.

Me he puesto a pensar en ti, que sigues tan y tan dentro de mí, y… ¿sabes qué? Que te sigo echando de menos. Mucho. Muchísimo.

Hoy me he puesto a pensar en ti porque sigues guiando mis pasos con tus palabras cariñosas y esa sabiduría tan de pueblo, tan de ciudad, tan llena de astucia y trabajo, mucho trabajo, y reflexión, aprendizaje y valentía, porque hay que tener valor para escuchar la voz de una niña mayor que te dice las cosas claras en un mezcla de honestidad y arrojo, sin calcular mucho las consecuencias, con la confianza de saberse en lo cierto.

Hoy me he puesto a pensar en ti, porque me escucho repitiendo tus palabras en el sonido de mi voz, porque la vida te pone personas en el camino y, ¡oh, sorpresa! algunas tienen la sangre del Reino corriendo por sus venas, y hay sintonía, como sucede con la gente buena, que no entiende de edades y diferencias para querer y dejarse querer.

Y así, cual tren de larga distancia, recorrer la geografía de la vida, disfrutando de las alegrías, atravesando las tristezas; camino a la próxima estación con la sonrisa en los labios y la franqueza en la mirada, con el alma limpia y las ganas llenas, regresando una y otra vez al maravilloso y mágico León, a la huerta y el manzano, a la cocina de horno que sigue en pie, abrazándome con su presencia por el simple hecho de estar ahí.

Mi querido y mágico León… donde los pájaros llenan el cielo de sintonías y las flores pueblan los frutales.

Y así, cual tren de mercancías, lleno de frescura y picardía, inteligencia, ternura y creatividad, así, dibuja su camino el galán colibrí, reflexionando y sorprendiéndose a cada aleteo, descubriéndose y saboreando el polen que no esperaba.

Así, cual locomotora cargada de sueños, cual florecilla silvestre en primavera, sigue la niña guapa que tanto te quiere, y te querrá, porque…

Sin ti, no existiría la magia que anida en Cifuentes.

Sin ti no habría el aroma de Mi mágico León.

Y, sin ti, mi querido gran amor, no pensaría en el Shangai y el hollín del carbón entrando por la ventana en aquellos túneles eternos.

Sin ti, mi querido gran amor, no recordaría que, aunque a veces lo bueno tarde, también llega.

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En lo profundo

Mi mágico León: tierras de labor en Cifuentes de Rueda. León. Mi mágico León. Turismo rural.
Rincones diáfanos

En mí, estás en mí, en lo profundo de mi alma, en cada poro de mi piel, en mis pensamientos y mi cariño, ahí estás.

En mí estás, en la sonrisa que dibuja mi cara cuando miro una fotografía que plasma alguno de tus rincones, de esos rincones a plena luz que forman parte de ese paisaje tan vivo, tan lleno de vida, de intensidad e inmensidad…. envolviendo un pueblo tan pequeño y tan lleno de magia que, sin él, no habría Mi mágico León.

En mí, estás en mí, en mi pasado y en mi presente, estás en los perales y los nogales, en los guindos, el manzano y los ciruelos, allí estás, en esas nuevas amistades que aparecieron cuando no las esperaba y… ¡sorpresa! Gente maja, sin duda, gente que se brinda a echar una mano y… Da alegría: igual que hay gente mala, también hay gente buena, muy buena.

Despertar con el canto de los pajarillos, alborotando las ramas cargadas de flores de los frutales en primavera, persiguiéndose unos a otros en bailes al son de su propio cantar, mecidos por la brisa suave de la mañana, bañados por los primeros rayos de sol.

Despertar con el frescor de la mañana mitigando esa aspereza fría de la noche, que se resiste a abandonar el invierno, con la chaquetilla al salir al corral, que siempre será el corral, aunque ahora no haya gallinas acudiendo al son de «pitas, pitas…»

En mí, Cifuentes, estás en mí, y en mis paseos a la luz del atardecer, en mis reflexiones trascendentales y en el tiempo volando en el aroma de los momentos de sosiego y tranquilidad.

Estás en mí, querido amor, estáis en mí, queridos amores… en esas sensaciones tristes llenas de melancolía que gritan «¡Te echo de menos!», en el silencio de las lágrimas escondidas, que no salen, porque se han enamorado del cariño clavado en el alma, y prefieren que brillen otras lágrimas, las de la alegría de saberse bien, porque las tormentas nunca son eternas y, al final, siempre llega la calma.

Estás en mí, en esa intensidad tan intensa que brilla en la más oscura de las negritudes, en esa estima tan dulce que el paso del tiempo no borra, en las voces de niños y niñas recorriendo las calles, en el timbre de la voz de los míos, en las tierras de Rueda, en las aguas del Esla y el Curueño, en las huertas y los canales, en Cifuentes de Rueda y mi gente.

Estás en mí, estás allí, donde la magia confabula con la suerte y los imposibles, siempre, siempre, terminan siendo posibles.

¿Dónde? En el embrujo de mi mágico León, ahí estás.

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Misiones secretas

Mi mágico León: paseando con Melquiades por la Vega de Cifuentes de Rueda. León. Turismo rural.
Patrullando los campos

Hoy te voy a hablar de un señor muy señor, de esos de vida sencilla y elegancia callada, de alma de pueblo y aspecto de señorito recorriendo la ciudad.

Hoy te voy a hablar de un lugar repleto de fuentes escondidas, de la Morata y el Caño, la Fragua y Peralinas, Cantarranas, la Cuba, Valcaliente, Fuente Moreno y hasta la fuente del tío Abercio, un lugar salpicado de regueros, rico en agua limpia, cristalina, salvaje y viva, muy viva, poblada de zapateros y truchas, porque el Esla no anda lejos.

Entre martillos y púas, conejos, pollos, calabazas, pimientos y tomates, pasa los días de verano regando su huerta y cuidando sus animales, esperando que llegue la nieta, y la hija, claro, pero la nieta, su nieta dulce y traviesa, la que madruga a la hora del Angelus cuando hay fiestas en tierras de Rueda y sale a patrullar las calles cuando la siesta hace acto de presencia.

Hoy te voy a hablar de endrinos y moras, de trillos y heminas, de historias de antaño, peras al vino y madreñas, vinos, mostos y tapas.

Hoy te voy a hablar de vacaciones en el pueblo, de recolocar emociones llenas de alegría y seriedad, sí, también seriedad cuando hace falta; hoy te voy a hablar de personas queridas y risas a cualquier hora, de perritas corriendo a recibirte cuando te ven entrar en casa, de comilonas cualquier día, y el día de la fiesta, por supuesto, el día de la fiesta también.

Y una tarde de viernes, cuando el cielo se viste de colores, vamos al rescate de las guadañas, a disfrutar de los chopos y el peral, los guindos y nogales, el manzano, la cocina de horno, la leña y el carro, el adobe y los recuerdos de mañanas haciendo colonias subidas sobre el montón de tozas, aguardando la lumbre del invierno, recuerdos de niños y no tan niños compartiendo en familia, cuando los abuelos estaban en su casa y se fraguaba Mi Mágico León entre las colmenas del abuelo y la torta que compraba abuela.

Una tarde de viernes, cumplimos la misión que nos aguardaba, secreta para quien no la sabía.

Y fuimos y volvimos por la Vega, charlando entre amigos, visitando las tierras, herencia maravillosa a la que aferrarse con el mayor de los orgullos. Tierras trabajadas a base de sudor y esfuerzo, de siestas bajo el carro y trozos de hogaza acompañados.

Hoy te voy a hablar del pueblo, de mi pueblo, hoy te voy a hablar de Cifuentes y su buena gente, porque de la mala, ni una letra.

Hoy te voy a hablar del cariño y la alegría de sentirse en casa, de acogidas amables y visitantes bienvenidas.

Y aunque no diga nada, lo digo todo, porque no hacen falta palabras, cuando los abrazos son sinceros y las miradas honestas.

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Entre peñas y robles

Mi mágico León: cerradura de la casa del abuelo en Robledo de la Guzpeña. Montaña oriental Leonesa. Peñacorada. León.
Esperando pacientemente

Un cielo limpio, lleno de sonidos alegres, decorando la escarpada cumbre de Peñacorada, donde se escapa el tomillo de los ovinos, acercándose a las desnudas alturas.

El monte poblado de robledal, de hayedo y castañal, y la tranquilidad gobernando entre las peñas mientras la voz del recuerdo recorre los recovecos de la memoria y los muros de piedra gris resuenan el eco de las risas de un pasado muy presente, entre broma y broma, entre primos y suegra, abuelos, amigos y amores, el amor de una muchacha de mirada franca y sonrisa amable, el amor de una pequeña durmiendo en la alcoba de sus padres.

El monte poblado de encinar, alcornocal y quejigar, y las casas, orgullosas y señoriales, con la maestría del orgullo por cuidar de lo que es suyo, de las familias que allí se formaron, de los calores que allí anidaron, del frío que no puede con ellas.

Maravilloso, es maravilloso descubrir la bella dama de la Fe construida en piedra, pequeña, excelsa, impresionantemente bella, rodeada de quietud, vestida con sus dos campanas, ornamentada con su precioso arco dando paso a otra sensación.

Es… extraño, ¿cómo explicarlo? Mirar la puerta de la iglesia y notar… ¿emociones? Es como si… como si se escuchara el murmullo de las gentes saliendo de misa, musitando el rosario, celebrando una boda, un bautizo.

Es… extraño, porque justo al lado, aparece un arco desnudo, acompañando la silueta del edificio y es… tan bonito… porque no hay nadie y, a la vez… hay mucha gente.

La sonrisa dibujada en la cara y la paz acompañando nuestro caminar y… no estamos solos, está ella, siempre está. Acompañando a su amor de ojos azules, cuidando de él, riñéndole a ratos, cuando se apasiona con el brebaje de Baco, queriéndole siempre con tanto amor entregado con los años.

Un pueblín, y una casa de piedra firme, con su bodega y su huertín a la entrada de casa.

Un pueblín, y una herencia ancestral que recibir; y en el medio, entre el corazón y la cabeza, entre el ruido de los papeles hechos burocracia y el sentimiento a flor de piel, un caballero de buen corazón y alma rural, de sangre de ribera y enamorado de aquel trocito de montaña, aquel trocito, gobernado, por Robledo de la Guzpeña.

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Lenguaje del alma

Mi mágico León: puesta de sol en Cifuentes de Rueda. León
Más allá de la piel

Sensaciones que merodean en los sentimientos, en ese caudal de emociones que recorren los recovecos del alma y anidan en el pecho, en la boca del estómago, en los poros de la piel… Sensaciones difíciles de explicar.

Es como si… Como si estuvieras armando un puzzle en una habitación a oscuras y guiado por una voz que te mueve… que te mueve algo por dentro… y por fuera…

Es difícil de explicar y, a veces, hasta difícil de sentir porque… trasciende.

En la quietud más absoluta del silencio rodeando el cuerpo, de la tranquilidad inundando la mente, aparece la silueta cariñosa de la dama de la coma y la tilde, de las palabras bien pronunciadas y el coraje de llamar a cada cosa por su nombre, agarrando al miedo de la mano y enfrentando las dudas e incertidumbres.

Y así, cuando la oscuridad viste el mundo con la noche, cuando los latidos del corazón se aceleran y la soledad parece inundar ese alma buena y dulce, brillante y amable, cariñosa, elegante, sensible, inteligente y valiente… siempre, siempre… esa soledad se transforma en tormenta que da paso a la calma.

Es difícil de explicar… es… como esa sensación de estar perdido, cansado, agotado de poner la mejor de las sonrisas cuando por dentro solo quieres descansar y recuperar esa alegría, esa fuerza y esas ganas tan tuyas.

Es difícil de explicar, como esa conexión que aparece de la nada, que no entiendes pero sientes… así, así de difícil es de explicar.

Así es tener certezas intangibles, descubrir señales que el universo pone a la altura de tu mirada, justo ahí, enganchada en la corteza de un árbol, solo para ti.

El lenguaje… y si solo las palabras hablaran… Habla más el amor.

Amor… que te cuida, te acompaña y te guía, que te revuelve por dentro cuando algo no anda bien, que no se rinde y te riñe cuando te alejas de la senda de la felicidad.

Abuelita… abuela… es pronunciar esa palabra y sonreír… eres tan mía… soy tan tuya, tan tuyo… Nos entendemos, ¿verdad?

Bravura, inteligencia, ternura, valor, fuerza, perseverancia… Estás en mí. Te siento aquí.

Como al viento, como al sol… como a esa sensación de paz mientras el astro rey llena de magia el paisaje, pintando el mundo de colores… en Barcelona, en León, en Almería, en Madrid, en Ibiza

Es difícil de explicar, pero sé que estás aquí, en mí, en Cifuentes… en Mi Mágico León.

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Prenda

La eterna magia del atardecer

Llevo días pensándote, escuchando tu voz suave y cariñosa al otro lado del teléfono, recordando tu cariño en forma de pequeños regalos, como ese anillo que adorna mi mano y que durante tanto tiempo ha acompañado mis andares por este mundo.

Llevo días sintiéndote, mi prenda, sabiendo que te voy a echar de menos siempre, y sin saber cómo escribirte, cómo trasladar tantas emociones a un trocito de papel que lees desde allí, porque siempre estás vigilante, preguntando por cada una de tus personas queridas, cuidando desde lejos, porque desde cerca no podías.

Se acerca Navidad y te tocó marchar, al encuentro del Niño Dios, que hoy vuelve a nacer en los corazones buenos, llenos de gracias, de mercedes que derramar sobre el mundo.

Te voy a echar de menos, como se extrañan las puestas de sol de verano, que bañan de colores el cielo y salpican de calidez los paisajes.

Te voy a echar de menos, preciosa, como se añoran los sueños no cumplidos y los recuerdos que no llegaron a fraguarse, porque siempre estabas en mis planes, y voy a echar de menos que lo sigas estando.

Te voy a llevar conmigo, ¿sabes? Como te llevo desde siempre, con tus palabras y caricias tatuadas en el alma, con las huellas de tus besos protectores en mis mejillas de niña, con los caprichos concedidos y esa sencillez maravillosa de la que haces gala.

Te voy a llevar conmigo como llevo a los amores de mi vida, grabados en el alma, en los más profundo de mi ser, en un lugar donde ni el tiempo ni el olvido pueden acceder, en un rincón donde solo tienen cabida las cosas bonitas, y sexys, muy sexys, pizpiretas, alegres, divertidas, placenteras…

Te voy a llevar conmigo de excursión, tita, ¿vienes? Yo sé que sí.

¡Ven! Que te voy a enseñar un mundo lleno de atardeceres eternos y amaneceres al canto de las golondrinas, de mañanas llenas de luz y corzos merodeando por la Cuesta, oyéndose desde el corral…

Te voy a llevar a mi lugar mágico, donde siempre estáis, donde el tiempo pasa suave, delicado, silencioso, respetando las siluetas de otros tiempos, donde las cosas siguen en el mismo lugar que se posaron, donde el cielo es azul intenso y la tierra verde brillante, donde el presente y el pasado se abrazan, donde las nubes son de algodón y las cerezas del color de la pasión.

Te voy a llevar a Cifuentes, tita, y cuando vuelva, volverás conmigo, porque allá donde vaya yo, también vienes tú: mágica, preciosa, eterna… como el amor, que cuando es sincero, no entiende de muertes ni olvidos, porque más allá del cuerpo, está el alma, y más allá del horizonte: Mi mágico León.

Mágica, preciosa, eterna… siempre tú.

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